Mi bolso de paja
Todos los años me entra la misma pataleta: la tonta insumisión de mantener por unos días la ilusión de ser dueña de tu tiempo


Sin ser yo religiosa ni nada de eso, todos los principios de curso observo, rigurosa, idéntica liturgia. Me echo por encima el vestido más suelto del verano porque los vaqueros del invierno no me pasan de las corvas. Me cuelgo mi bolso de paja más raído por la solanera porque, solo de verlos, los formales de cuero me agobian que me muero. Me calzo mis sandalias de dedo porque el calzado cerrado me da claustrofobia. Me calo las gafas blancas de las vacaciones porque ya habrá tiempo de verlo todo negro. Y, así pertrechada para la batalla, vuelvo a tirarme a la selva del asfalto y el trabajo como si septiembre y sus condenas fueran con otra y no conmigo. Sé que es inútil. Una pataleta. La insumisión tonta de mantener unos días la ilusión de ser dueña de tu tiempo. De poder improvisar planes sin tener que programarlos con la certeza, además, de que muchos acabarán cancelándose. De vivir, en fin, con la cabeza alta y sin la agenda colgada a plomo del cuello. Es cierto que el ambiente ayuda. Los días siguen siendo largos y las noches cálidas. Los rostros y los cuerpos aún conservan el lustre y el buen ánimo que solo da el descanso más allá de la baja por agotamiento del fin de semana. Persiste en el aire un no sé qué de que aún no se ha acabado del todo lo que fuera que se daba. No todavía.
Luego, claro, amanece indefectiblemente un día de mil demonios, te caen chuzos de punta y se te cuela el frío del otoño por tu vestidito de lino, tu bolso de paja y tus alpargatas de esparto mientras el resto del mundo se ríe de ti preguntándose dónde te crees que vas a estas alturas disfrazada de guiri, ridícula. Me da lo mismo. Tengo mi arma secreta. Un canto rodado robado en la última playa cual talismán que acariciar frente al desánimo. Porque, sin ser yo especialmente cursi, ni camusiana ni nada de eso, llevo dentro un verano invencible que hace más soportable la maldición de levantarte sin más margen de maniobra que elegir Waze o Maps para esquivar atascos ni más locura que zamparte el postre más calórico del menú del día. Feliz vuelta a galeras.
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