Refugiados: Merkel lo logró... a medias
La humanitaria política migratoria de la excanciller se ha revertido en Alemania, pero también en la Unión Europea, donde la palabra expulsión ya no espanta a nadie

Hace diez años la imagen de Aylan, un niño kurdo de tres años, ahogado y encontrado boca abajo en una playa turca, cambió Alemania y toda Europa. La canciller Merkel decidió entonces abrir las fronteras de su país a todos aquellos que huían, como Aylan y su familia, de la guerra civil en Siria, de Afganistán, Irak y otros lugares de Oriente Próximo donde imperaba el caos y la violencia. Hoy se puede decir que la crisis de los refugiados de finales del verano del 2015 fue el mejor regalo que podía esperar la extrema derecha europea. A partir de entonces, no sólo ha ganado seguidores y votantes, sino que está imponiendo su discurso antiinmigración a los partidos tradicionales, y ha conseguido envenenar, polarizar y radicalizar el clima político en todo el continente.
Las imágenes de otros niños víctimas de guerras ya no provocan decisiones valientes y arriesgadas como la que adoptó Angela Merkel. Nos hemos insensibilizado, nos hemos acostumbrado al horror. Las fronteras se han vuelto a cerrar. Europa renuncia poco a poco a sus valores de solidaridad y de caridad. El concepto de “humanidad” que utilizó la entonces canciller alemana ya no se invoca como razón política. Es cierto que, hace diez años, economía de la República Federal estaba muy lejos de la recesión actual; había salido reforzada de la crisis económica europea y se podía permitir una cierta generosidad. “Sabíamos —acaba de decir Merkel—que iba a ser un esfuerzo enorme conseguir integrar a esas personas. Pero el país se sentía fuerte y actuamos de acuerdo con la ley y el derecho. Además, ¿cuál era la alternativa? ¿Ahuyentar a esas personas con cañones de agua?”. La euforia de la Willkommenskultur, la cultura de la bienvenida, desapareció con los primeros conflictos. Reparto controvertido de refugiados entre los Länder, choques culturales, incidentes de orden público protagonizados por jóvenes musulmanes… y atentados.
El canciller Friedrich Merz cree que, diez años después, “Alemania no lo ha logrado”, haciendo referencia a la frase histórica de Merkel “Wir schaffen das” (lo lograremos). Sin embargo, algunos datos estadísticos le contradicen. En este decenio, tres millones de personas han llegado como refugiados y/o demandantes de asilo a la República Federal. Cada año, Berlín ha gastado entre 13.000 y 17.000 millones de euros para el mantenimiento de estas personas y sus familias. Según el Instituto de Investigaciones del Trabajo de la ciudad de Núremberg, el 67% de los inmigrantes trabajan, bien como empleados o como autónomos. En el caso de las mujeres, solo una de cada tres trabaja fuera de casa. Muchos sueñan con conseguir el pasaporte alemán —300.000 lo obtuvieron el año pasado—, aunque la burocracia estatal y la falta de personal hacen complicado lograrlo.
Alternativa para Alemania (AfD) ha sido, sin duda, el ganador de esta epopeya. Un año después de su creación, en el 2014, conseguía sólo un 4% de votos. En 2017, superado el primer impacto de la llegada masiva de inmigrantes, entró en el Parlamento Federal con un 12,6 % de votos y se convirtió en el tercer partido más fuerte de la Cámara. En los comicios del año pasado obtuvo un 20,8% de apoyos y 152 escaños (frente a un 22,6% de la CDU/CSU y un 16,4% de los socialdemócratas). Si hoy hubiera elecciones, AfD estaría al mismo nivel, e incluso podría superar, a la democracia cristiana de Friedrich Merz.
La CDU y sus aliados bávaros no han perdonado a Merkel su generosidad que, según ellos, provocó el subidón de los ultras. Lo pagaron en las urnas, porque el ambiente xenófobo caló en la población y se produjeron varios atentados protagonizados por inmigrantes. La guerra en Gaza también ha radicalizado a muchos jóvenes musulmanes, pero, según la policía, no son ellos los únicos ni los más activos criminales que hay en un país con un 15 % de población extranjera. A pesar de todo, muchos ciudadanos no ven tanto las ventajas de la progresiva inmigración de estas personas, sino que prestan atención a las soflamas que ponen el acento en la inseguridad y la progresiva y supuesta “desnaturalización” de Alemania. Merz ha revertido por completo la política migratoria de Merkel, pero también lo ha hecho la Unión Europea, en donde las palabras “reemigración” y expulsiones ya no espantan a nadie.
En este contexto general de miedo al futuro, de inquietud frente a líderes irresponsables, autoritarios, de inseguridad ante el deterioro del nivel de vida en países antes prósperos, hablar de preocupación y de sentimientos fraternales hacia los que tienen una vida miserable o han huido de regímenes inhumanos parece un lujo prescindible. Alemania, que se preció con Merkel de ser no sólo el país más poderoso y prestigioso de toda la Unión Europea, sino el más “humano”, está gobernada ahora por una gran coalición estancada, y para quien los refugiados son más un estorbo que un enriquecimiento futuro. El país no ha vuelto a brillar con el entusiasmo y el orgullo de aquellos días de septiembre de hace diez años, cuando abrió sus puertas sin reservas a todos aquellos pobres desgraciados que soñaban con un mundo mejor.
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