Los temores blancos
Aprendí de Mallarmé que conviene superar el miedo a la mar abierta de la página y tomar la palabra

Suena el latido del reloj en la noche en el dormitorio. Me desperté antes de tiempo, estoy nervioso, y las últimas imágenes de un sueño difícil desembocan en el aviso de que me toca escribir la columna del periódico. El miedo a la página en blanco se convierte en una almohada vacía en la que apoyan su cabeza los estudios psicoanalíticos y los recuerdos literarios. Gracias a una hermosa traducción de Alfonso Reyes, aprendí en la Brisa marina de Mallarmé que conviene superar el miedo a la mar abierta de la página y escuchar el canto de los marineros en cualquier naufragio posible.
La admiración ayuda a negociar para que palabras grandilocuentes como terror o miedo dejen su silla a otras palabras como inseguridad o pereza. Quien comprende a tiempo que nunca podrá estar a la altura de Adán o de García Márquez, evita los abismos de la parálisis. Fernando del Paso, al recibir el Premio Cervantes, dejó en la Caja de las Letras del Instituto una camisa de su amigo el poeta José Carlos Becerra, fallecido en un accidente de tráfico camino de Bríndisi. Confesó que, cuando sentía pereza de escribir, se colocaba la camisa del amigo para tomar la palabra y negarse al silencio de los muertos en el oleaje del mar Adriático.
Estudian los psicoanalistas que el miedo a la página en blanco suele responder a la falta de ideas. Quizás, pero mi miedo de hoy ante la página o la pantalla responde más a lo contrario, la sobreabundancia de ideas, catástrofes, disparates, preguntas y respuestas que mueven los vientos y doblan los mástiles en todos los océanos del mundo. No dejarse llevar por el huracán resulta difícil. Por eso, quiero que mi columna aproveche este día de vacaciones y las orillas de la bahía de Cádiz para conversar con el mar en un paseo tranquilo. Incluso la lluvia nos dará una canción hermosa. Los pájaros en el amanecer me han invitado a olvidarme de los latidos punzantes del reloj.
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