¿Qué pasa con los chicos?
En la estela de un proyecto político internacional que se opone al feminismo se está produciendo un desplazamiento hacia la derecha de los hombres jóvenes
El desplazamiento hacia la derecha de los hombres jóvenes está generado un intenso debate: por primera vez han cruzado el simbólico punto central del 5 en la escala del 1 al 10 izquierda-derecha, declaran una intención de votar a Vox más que a ningún otro partido y se distancian de las mujeres jóvenes en su valoración del feminismo. Son datos que, sin duda, invitan al análisis y la reflexión.
Con relación al diagnóstico, convendría matizar que el desplazamiento ideológico hacia la derecha no es exclusivo de los hombres jóvenes; por el contrario, se encuentra también, con menor intensidad, entre los hombres y las mujeres mayores. Es parte de una tendencia global que refleja, entre otros factores, el crecimiento de la extrema derecha, así como elementos más particulares de nuestro contexto como el efecto termostático de tener un gobierno progresista. Pero interpretar esto de una manera excesivamente simplificadora lanzando un estereotipo universalizador del estilo “los chicos se han convertido en unos reaccionarios machistas y racistas” es incorrecto y ayudará poco. En relación con el sexismo tradicional, por ejemplo, no encontramos indicios de que los chicos sean más conservadores que las generaciones que les preceden. Por ejemplo, no tienen una mayor propensión que las mujeres jóvenes a pensar que los hombres deben tener prioridad en el mercado laboral o que las mujeres son más emocionales y deben sacrificar su trabajo por la familia.
Sí que se observa una creciente brecha entre los hombres y las mujeres más jóvenes en otros tipos de actitudes: ellos muestran niveles crecientes de negación de la discriminación que sufren las mujeres y de crítica hacia las protestas y las políticas para corregirla. Pero también hay que tener en cuenta que este llamado sexismo moderno crece en España desde 2019 en todas las generaciones de hombres y en algunas de mujeres. Dado que estas actitudes suelen anticipar el voto a la extrema derecha, hay razones para la preocupación.
¿Por qué esta reacción entre los jóvenes? En primer lugar, hoy existe un proyecto político muy visible y articulado internacionalmente que se opone al feminismo. No es su único pilar, pero sí uno central. Este proyecto goza de ciertas ventajas: su discurso es claro, simplificador, maniqueo, articulado en torno a visiones de suma-cero (lo que ellas ganan lo pierden ellos), cargado de emociones negativas y polarizador. Es capaz de aprovechar cualquier error, contradicción o debilidad del adversario. Es decir, no todo el fenómeno puede explicarse en términos de demanda (“los chicos piensan que…”) sino que buena parte tiene que ver con una oferta política que hace unos años o no existía, o era marginal.
Este proyecto político está en una relación simbiótica con las redes sociales, como es bien conocido. Y su presencia es ubicua porque es contenido que llama la atención, el bien más preciado en nuestro espacio comunicativo. Sabemos que los jóvenes se informan ya de manera prácticamente exclusiva por las redes y que éstas tienen un buen número de limitaciones como canales de información política. Los generadores de contenidos antifeministas tienen un número de seguidores muchas veces superior y producen muchos más likes por seguidor que los de contenidos feministas.
Las redes son espacios sin límites: no hay fronteras entre lo que un joven hace en su habitación o por la calle, ni ningún filtro sobre el tipo de contenidos o referentes que puede encontrar: la tercera persona más buscada en Google en 2023 fue Andrew Tate. Las redes nos dan todo lo que estemos dispuestos a consumir y en cantidad. Por otro lado, el tiempo que ocupan se hace a costa de otros espacios de socialización y contención como la familia, o el contacto personal directo con otras personas. Sobre la base de trabajos cualitativos intuimos que, en aquellos lugares donde chicos y chicas comparten espacios de ocio, gozan de un entorno familiar que les contiene y de una buena relación con sus maestros y otros referentes, hay más capacidad de problematizar y poner freno a los discursos nocivos que campan por las redes.
Finalmente, hay que tener en cuenta también un tercer elemento que es el malestar de los chicos jóvenes, evidenciado en muchos indicadores, desde el fracaso escolar a las tasas de suicidio. Escuchar a los jóvenes, y ofrecerles referentes, contención y capacidad para llevar a cabo un buen proyecto de vida dentro de los límites de diferente naturaleza necesarios en toda convivencia es una tarea que debería interpelar a toda la sociedad. No puede exigirse al feminismo que se haga cargo también de esto, pero sí debe tenerse muy en cuenta que el coste de ignorar la situación y sus desencadenantes será alto.
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