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RED DE REDES
Columna
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‘Mcmenú de pantallas’ o una falsa tranquilidad para las familias

La industria tecnológica presiona para que los progenitores acepten de buen grado la utilización de redes sociales por parte de sus hijos

Una alumna usa su móvil dentro del aula.
Una alumna usa su móvil dentro del aula.Willie B. Thomas (Getty Images)
Ana Torres Menárguez

La semana pasada el psicólogo social y profesor de la Universidad de Nueva York Jonathan Haidt —cuyo último ensayo La generación ansiosa encabezó en 2024 la lista de libros de no ficción más vendidos de The New York Times— comentaba en X una publicación de otra autora estadounidense, Nancy French. Haidt, que defiende que en casi todos los países desarrollados los menores están siendo víctimas de un incremento de los problemas de salud mental por su exposición a las redes sociales —y culpa de esa epidemia tanto a las empresas tecnológicas como a los gobiernos—, agradecía a su colega la escena que había compartido, que calificaba de “muy triste”. El tuit mostraba una foto de la sala de juegos de una famosa cadena de comida rápida. “Esto es desgarrador. Estoy en un nuevo McDonald’s en Franklin (Tennessee) y miro hacia su lugar de juegos para niños. Dos pantallas/ dos sillas”, escribía French.

Entre los comentarios, muchos manifestaban cierta nostalgia hacia los viejos tiempos de la cadena, en los que entre patata frita y kétchup, los niños se divertían en una especie de atracción de feria con forma de hamburguesa o comían en unas mesas y sillas con forma de flor colocadas bajo el paraguas de un árbol de plástico con los rasgos faciales de un humano. Con más o menos acierto, la cuna de las ingestas calóricas apostaba entonces por un ocio que implicaba movimiento físico. “Los niños hoy merecen espacios imaginativos como los que tuvimos nosotros”, apuntaba @_RachelTerry_. “Me dan ganas de vomitar al ver que, en la última década, en las áreas en las que los padres pueden ‘dejar’ o ‘permitir que sus hijos jueguen’ se han infiltrado pantallas, tabletas, ordenadores portátiles y otros aparatos que derriten el cerebro”, decía otro usuario, @thelocalist.

Es difícil que ante semejante escenario una madre o un padre no se pregunten si ese es el tipo de entretenimiento que quieren para su hijo, y si deben empezar a vetar ciertos espacios que, cada vez, se presentan con más naturalidad y empiezan a formar parte de una cultura normalizada. La ametralladora de propuestas pro-pantalla les llega por tierra, mar y aire. Uno de los últimos ejemplos es la reciente campaña publicitaria de Instagram para anunciar las nuevas cuentas para adolescentes, en la que lanzan un cuestionable mensaje a las familias: “Nuevas protecciones incorporadas, para la tranquilidad de los padres”.

Entre las novedades, los adolescentes solo pueden recibir mensajes de sus seguidores, se activan notificaciones cuando superan los 60 minutos de uso al día, o tienen restricciones para acceder a contenidos de carácter sexual o que hablen de suicidio o autolesiones. Hasta aquí, todo correcto. Pero, ¿dispone ya la plataforma de un sistema de verificación de la edad fiable para que toda esa prevención funcione? No. Es más, están testando un sistema de reconocimiento facial a través de IA que no parece cumplir las exigencias en protección de datos del reglamento europeo.

Esta era la reacción de una usuaria en LinkedIn: “Publicidad exterior de Instagram en la puerta de dos colegios (y en un baño) donde hablan de la máxima protección que tienen sus cuentas para adolescentes. En la radio te dicen que, además, por defecto son privadas, así que somos los padres los que con ellos deberíamos abrirlas o no... ¿Pero se puede tener más desfachatez?”, exponía Luisa Alli Turrillas.

No erraba en el tiro. El pasado febrero, la Asociación Española de Pediatría (AEP) acusó a la compañía (sin explicitar el nombre) de crear “una falsa sensación de seguridad en las familias” con “un mensaje equívoco”. “La exposición prolongada a contenidos personalizados y algoritmos diseñados para maximizar la permanencia en la plataforma puede incrementar problemas como la ansiedad, la baja autoestima, o la adicción digital”, señalaba la AEP, que defendía que la prevención y la educación digital deben ser lideradas por profesionales, y no por las mismas empresas, cuyo modelo de negocio se basa en la permanencia del usuario.

Como publicó The Wall Street Journal sobre documentos internos de Meta, los directivos de la empresa sabían que los adolescentes culpaban a la red social de sus picos de ansiedad o depresión, y que eran incapaces de frenar el consumo. Aunque el mensaje llegue por radio, prensa y tele, hay que ser consciente de que esa y otras campañas o propuestas pueden activar una falsa sensación de tranquilidad.

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Sobre la firma

Ana Torres Menárguez
Redactora de Juventud. Antes, pasó por las secciones de Educación y Tecnología y fue la responsable del espacio web Formación, sobre el ámbito universitario. Es ganadora del Premio de Periodismo Digital del Injuve (dependiente del Ministerio de Derechos Sociales). Fue redactora de la Agencia EFE y del periódico regional La Verdad.
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