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Tribuna
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Romper los moldes de la Europa geopolítica

La defensa europea es probablemente la política más sobrediagnosticada y la más infraejecutada de todas las de la UE; ahora se abren ventanas de oportunidad para un continente acechado por la política de las esferas de influencia

Morillas 05 03 2025
Martín Elfman
Pol Morillas

Hay crisis que suceden de golpe —Lehman Brothers, pandemias o guerras—, a las que se responde con medidas extraordinarias. Y hay crisis de desgaste, donde los fundamentos de nuestro ordenamiento se degradan progresiva y estructuralmente. Ante estas últimas, nos cuesta reaccionar. Es el caso de la subversión actual del orden internacional y del divorcio transatlántico con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. El lenguaje “MAGA” de Trump está presente en el seno de la Unión Europea gracias a los promotores de “MEGA”, Make Europe Great Again. Trump es también un líder en Europa, y esto explica por qué muchos vacilan entre la cautela, la resignación o la voluntad de agradar al presidente estadounidense, por mucho que todos sean conscientes de la erosión sistémica que representa para el orden conocido.

La mayor alianza entre democracias del mundo va dejando paso a una profunda divergencia transatlántica. Su última expresión ha sido la humillación por parte de Trump y su vicepresidente, J. D. Vance, a Volodímir Zelenski en la Casa Blanca, en contraste con el apoyo que recibió días antes en la visita de varios líderes europeos a Kiev. La brecha transatlántica se plasma también en instituciones internacionales como Naciones Unidas y el G-7. Estados Unidos votó con Rusia y China una resolución del Consejo de Seguridad sobre Ucrania que evitaba mencionar la agresión rusa y la integridad territorial. Francia y Reino Unido evitaron vetarla, pero antes, los europeos, junto con Ucrania, promovieron una resolución en la Asamblea General que condenaba la agresión de Rusia y que recibió el voto contrario de Moscú y Washington. En el G-7, el grupo de las economías más avanzadas, la administración Trump se negó a incluir una referencia a la agresión rusa en el comunicado en ocasión del tercer aniversario de la guerra.

En la UE conviven hoy dos visiones contrapuestas sobre el futuro de Europa. Una de ellas, espoleada por el liderazgo nacional-populista de Trump, quiere deconstruir la integración europea devolviendo los poderes de Bruselas a las capitales nacionales. Es la Europa de las naciones y de los patriotas, que quisiera ver reducida la UE a su condición de expendedora de fondos. Una Europa sin alma política ni deseo de unión. La otra es la Europa que defiende avanzar en la integración como única receta para actuar en un mundo de gigantes. Es la Europa de Mario Draghi, Sauli Niinistö y Enrico Letta y de quienes reclaman avanzar en competitividad, seguridad y defensa, o completar el mercado único. Para esta Europa, acechada por las esferas de influencia que secundan Washington, Pekín y Moscú, y por la praxis diplomática de Trump, se abrirán ventanas de oportunidad.

Muchos países del sur plural, empezando por India, escogido por la presidenta de la Comisión Ursula von der Leyen como destino inaugural de su segundo mandato, rechazarán formar parte de cualquier esfera de influencia. Buscarán modelos que estructuren las relaciones internacionales de forma distinta, y compartirán con la UE el deseo de no adscripción si la brecha con Estados Unidos sigue ensanchándose. La UE deberá fomentar alianzas con estos países sobre la base de intereses entrelazados. De la institucionalización de sus relaciones difícilmente surgirá el compromiso para una nueva gobernanza global. Pero sí puede progresar un multilateralismo efectivo que fomente la gestión de ciertos bienes públicos globales. Si Naciones Unidas fue protagonista en la Iniciativa del Mar Negro no fue gracias a su capacidad de promover la paz entre Rusia y Ucrania, sino por su contribución para evitar una crisis alimentaria global derivada de las restricciones a la exportación de cereales ucranios.

En el plano interno, si la división entre integracionistas y partidarios de la Europa de las naciones es el nuevo elemento estructurador de la política europea, habrá que encontrar fórmulas innovadoras para el avance de la Europa geopolítica. El progreso en política exterior, en seguridad y defensa probablemente tenga que realizarse fuera de los marcos conocidos, lo que sin duda generará tensiones en los países y en las fuerzas políticas con vocación de “más Europa”.

La integración diferenciada puede convertirse en una receta inevitable. Políticamente, porque ya existiría una mayoría alternativa en el Parlamento Europeo capaz de bloquear el proceso legislativo, como desea el grupo de los Patriotas, si el centroderecha se aviene a esta fórmula. También porque los países gobernados en solitario o en coalición por fuerzas políticas de la Europa de las naciones pueden llegar a cosechar una minoría de bloqueo en el Consejo, sobre todo si Francia cae de su lado. Y, procedimentalmente, porque avanzar a varias velocidades en el refuerzo de los mecanismos conjuntos será la única manera de sacar a la UE del inmovilismo. El euro y la libertad de circulación en el espacio Schengen son casos paradigmáticos de la existencia de distintas velocidades en la integración europea. Medidas como el Pacto Fiscal Europeo durante la crisis económica y el Next Generation EU durante la pandemia fueron más allá de lo que los tratados permitían, en el primer caso, o preveían, en el segundo.

En seguridad y defensa, en cambio, los esfuerzos para integrar los dispares recursos estatales han caído siempre en saco roto. Propuestas no han faltado: la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO), la Agencia Europea de Defensa, el Cuartel General Operativo de la UE, la Estrategia Industrial Europea de Defensa, la Brújula Estratégica... La defensa europea es probablemente la política más sobrediagnosticada y la más infraejecutada de todas las de la UE.

La PESCO, por ejemplo, tenía por objetivo establecer un marco de cooperación gracias al cual los Estados miembros alinearían progresivamente sus capacidades de defensa para constituir un paquete de fuerza conjunto y complementario a la OTAN. La iniciativa se ha convertido en un esquema de cooperación paralela a la política de seguridad y defensa de la UE, en el que participan todos los Estados miembros salvo Malta y que, sin embargo, no ha contribuido a la integración de los recursos de defensa ni a la interoperabilidad de los ejércitos europeos.

La prueba de fuego para el futuro de la seguridad y la defensa en Europa serán las negociaciones sobre Ucrania, tras el primer esquinazo de Trump a Zelenski y a la UE. Las garantías de seguridad que acuerden los europeos (en el mejor de los casos, apoyadas por los estadounidenses) se estructurarán en torno a una coalición de Estados dispuestos y capacitados. La iniciativa franco-británica tras las cumbres de París y Londres apunta en esta dirección.

Europa deberá apostar también por un proceso largo, complejo y comprehensivo para la negociación de la paz entre Rusia y Ucrania. La UE será fundamental para su reconstrucción y en sus perspectivas de adhesión. Pero también aquí habrá que innovar: si la ampliación sigue sujeta a la apertura y el cierre de capítulos de negociación por unanimidad, no habrá pertenencia a la UE que valga. La adhesión de Ucrania debería ser gradual en su acceso a políticas, a fondos e instituciones europeas, evitando el todo o nada.

La UE no podrá ser geopolítica sin antes dotarse de fórmulas innovadoras en sus mecanismos de integración, toma de decisiones, en política de seguridad y defensa y en capacidades y recursos. La Comisión ha lanzado su apuesta para la financiación de la defensa europea y de Ucrania, pero el gran paso adelante para la Europa geopolítica sigue pendiente del veredicto de los Estados miembros. Pretender avanzar solamente en el marco de una Unión cuyo propósito no comparten varias capitales se traducirá en el bloqueo de Europa como actor internacional. Y esto sería una victoria inmerecida del trumpismo.

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