Entre el extremismo y la mediocridad
Los lectores escriben sobre el cuestionamiento de las democracias, la esclerosis lateral amiotrófica, el cambio de hábitos en el hogar y la guerra de Ucrania

Cada mañana, al abrir el periódico, el mundo parece sumido en una tormenta. El extremismo crece donde la política ya no ofrece respuestas y las democracias se tambalean. España no escapa a este clima de incertidumbre. La precariedad se extiende, los jóvenes pierden sus sueños y la confianza en las instituciones se desvanece. El problema va más allá de la política. El pensamiento crítico se está perdiendo y la mediocridad se romantiza. No solo los dirigentes han fallado, sino que la ciudadanía ha tolerado la demagogia y ha dejado que la incompetencia se instale como norma. El país avanza sin cuestionar su rumbo. A pesar de todo, queda esperanza. España necesita una política que apueste por la educación, la reflexión y la construcción de puentes. Solo así podremos cerrar las grietas por las que se cuela el extremismo.
Sergio de Fuente Garrido. Alcorcón (Madrid)
ELA
Ausentes los artículos de Martín Caparrós, esta asturiana rumiaba la causa, cuando el pasado 5 de febrero se mostró dura y real en la portada de El País Semanal. La alegría entremezclada con rabia, pena y amargor se mitigó un poco al leer el magnífico artículo sobre la pareja... Desde mi verde país, toda mi empatía, solidaridad, y ánimo mientras tu privilegiado cerebro continúe activo.
Helena Trexu Fombella. Gijón
El hogar perdido
Hoy sonó el timbre, como tantas veces antes. Era una amiga de mi madre, una de las muchas visitas cotidianas. En una semana me iré de la casa en la que crecí y, aunque tener un hogar propio es un privilegio, la nostalgia me envuelve. Sé que en mi generación el timbre ya no anuncia encuentros, sino la entrega de algún paquete. Nadie vendrá sin motivo, nadie irrumpirá en mi rutina solo por el deseo de compartir un momento. Me pregunto: ¿En qué instante cambiamos la calidez humana por la frialdad de lo práctico? ¿Cuándo cerramos la puerta a lo inesperado?
Xavier Felip Bresó. Algemesí (Valencia)
No te conozco y no te odio, pero te mato
Han pasado tres años desde el inicio de la guerra entre Rusia y Ucrania. Me es inevitable pensar en la cita de Erich Hartmann: “La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian, pero que no se matan”. Pocas veces nos acordamos de la gente de a pie, de los que sufren la muerte y la destrucción a consecuencia de la guerra, de los que se han visto obligados a huir de su país para proteger sus vidas. Antes que cualquier estrategia o plan deberían estar las personas. Siempre son los hombres y las mujeres normales y corrientes los que pierden y sufren la guerra con todas sus consecuencias. Ojalá más pronto que tarde imperen la humanidad, la dignidad y la armonía. Que los dirigentes de las naciones se empeñen en un proceso de paz justo sería un buen paso para empezar a dejar atrás este oscuro capítulo.
Nicolás Lipperheide. Bilbao
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