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Columna
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“¡Cállate la boca!”: un grito desesperado contra los abusos a menores en el cine francés

La directora francesa Mona Achache expresa su apoyo a la actriz Adèle Haenel tras la condena de Christophe Ruggia por agredirla sexualmente de los 12 a los 14 años

La actriz Adèle Haenel a la salida del juicio, tras el veredicto, en el Tribunal Penal de París (Francia), el pasado 3 de febrero.
La actriz Adèle Haenel a la salida del juicio, tras el veredicto, en el Tribunal Penal de París (Francia), el pasado 3 de febrero.Abdul Saboor (REUTERS)
Carla Mascia

Merci, Adèle”, escribió hace unos días en Instagram la directora francesa Mona Achache, junto a una fotografía de la actriz Adèle Haenel en Los diablos, el que fuera su primer trabajo en el cine, en 2001. A principios de febrero, Dominique Ruggia, el director de esta película que narra el despertar sexual de dos hermanos autistas, fue condenado a cuatro años de prisión ―dos de ellos firmes, vigilado con un brazalete electrónico― por agredir sexualmente a la intérprete de los 12 a los 14 años. Las agresiones empezaron durante el rodaje y se prolongaron dos años más, los sábados, en el domicilio del director. Ruggia, de 36 años en aquel entonces, recibía a Haenel con la excusa de ayudarla a formarse como actriz. El director negó durante el juicio las acusaciones de Haenel, pintándose a sí mismo como un Pigmalión bienintencionado, y se escudó en la supuesta “sensualidad desbordante” que desprendía la actriz para justificar su hipersexualización en Los diablos, cuyas escenas han sido visionadas a petición de la acusación, generando un palpable malestar en la sala del tribunal.

Miro la foto compartida por Acache, quien también fue abusada en su infancia por el novio de su abuelastro, Juan Goytisolo, y pienso en todas esas mujeres cuyas infancias han sido arrebatadas por hombres que, engañándose a sí mismos, nunca se reconocieron como lo que eran: ni más ni menos que unos pederastas. Por muy despampanante que sea su belleza, una niña de 12 años solo puede tener una “mirada de una actriz porno”, cómo llegó a justificar Ruggia, en la mente podrida de un depredador. La sentencia contra Ruggia desmonta el mito aún vigente en la industria de la joven promesa moldeada por un gran cineasta con el que comparte una relación de amor, como ya ocurrió en el caso de Judith Godrèche, a la que los directores Benoît Jacquot y Jacques Doillon arrebataron la adolescencia. “Dicen que nos han creado, pero lo que han hecho es destruirnos”, declaró Haenel el pasado diciembre en France Inter, visiblemente alterada.

Cuando Haenel dio esta entrevista, el juicio había terminado hacía unos días y todos los medios del país solo hablaban de una cosa: el estallido de la actriz en el tribunal contra el director al que gritó un potentísimo “Mais, ferme ta gueule!” (¡cállate la boca!) que resonó en toda la sala después que este tuviera la indecencia y arrogancia de alegar que él había sido quien le sugirió su nombre ―en homenaje al personaje de Adèle H, de Truffaut―, manchándola de nuevo, “negando su existencia”, con una enésima mentira. “Fue la agresión que colmó el vaso”, explicó a propósito de una reacción literalmente epidérmica que, en esas semanas, se volvió viral en las redes y se convirtió en un lema más del movimiento feminista.

La actriz, gracias a la cual se inició el Me Too del cine francés tras decidir romper el silencio y hacer públicas las agresiones perpetradas por Ruggia en una entrevista al diario Mediapart en 2019, poco después de que saliera a la luz el caso Weinstein en EE UU, no quiso en un principio acudir a la justicia por no exponerse a la violencia institucional a la que son sometidas las víctimas de violencia sexual. Fue la propia Fiscalía de París la que decidió abrir una investigación tras la publicación de la entrevista, animando así a Haenel a denunciar judicialmente al director. La actriz fue la única en abandonar la ceremonia de los premios César en 2020 por otorgar el premio de mejor director a Polanski al grito de “Bravo la pédophilie!”. Lleva años retirada del cine, asqueada por la complacencia de la industria con los agresores sexuales. Algo que asume como un acto político y una manera de mantenerse fiel a esa niña que nadie protegió en un país en el que se calcula que cada tres minutos un niño es agredido sexualmente y en el que una reciente investigación periodística de Mediapart acusa al primer ministro, François Bayrou, de haber encubierto en los años noventa las agresiones sexuales ocurridas en la escuela católica Betharram donde su mujer enseñaba catecismo.

Nadie devolverá a Haenel su infancia, su inocencia, o incluso su cuerpo. Su sacrificio es nuestra vergüenza.

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Sobre la firma

Carla Mascia
Periodista franco-italiana, es editora en la sección de Opinión, donde se encarga de los contenidos digitales y escribe en 'Anatomía de Twitter'. Es licenciada en Estudios Europeos y en Ciencias Políticas por la Sorbona y cursó el Máster de Periodismo de EL PAÍS. Antes de llegar al diario trabajó como asesora en comunicación política en Francia.
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