El trumpismo, a la conquista de Europa
La UE no puede ser del gusto de Trump ni de Putin, cada vez más acordes y afines, ni de las variadas extremas derechas que les aplauden. Todos ellos necesitan una Unión débil y fragmentada
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La burda imitación no suele dar buenos resultados. Puede ser un chiste cruel. O peligroso. ¿Qué significa la idea de que Europa sea grande otra vez, como propugnan los Patriotas por Europa, el primer grupo de extrema derecha del Parlamento de Estrasburgo? El primero en utilizar tal mimetismo fue Viktor Orbán durante el semestre húngaro de presidencia europea, pero ahora ha sido utilizado como lema de la cumbre del trumpismo europeo, celebrada hace una semana en Madrid en un clima de euforia por los rendimientos electorales que pueda proporcionarles la victoria de Trump.
Las recuperaciones de pasadas grandezas son normalmente abusivas, si no fraudulentas, e incluso criminales. Trump idealiza los años posteriores a la victoria sobre Alemania y Japón, cuando su país emergió como primera superpotencia, aunque sea flagrante la contradicción con la demolición ahora en marcha del orden mundial construido entonces por Roosevelt y Truman. Es difícil saber, en cambio, a qué tiempos se refieren y qué sistema político regía en el maravilloso pasado que los entusiastas trumpistas europeos evocan para “hacer Europa grande otra vez”.
No será la grandeza de una Europa unida la que anhelan estos extremistas, puesto que solo ha existido algo vagamente parecido bajo el remoto imperio romano o durante los efímeros esfuerzos belicistas napoleónico y hitleriano. Ellos son nacionalistas de las viejas naciones, pequeñas o grandes, y ahora todas irrelevantes cuando van desunidas, herederos y actualizadores de una tradición autoritaria e iliberal, supremacista e incluso racista. Sus ideas cuajaron en la Nueva Europa de las autocracias totalitarias, entre ellas la del general Franco, alrededor del Eje Roma-Berlín. Fracasaron, todo lo destruyeron. Nada grande hicieron y fueron responsables de la mayor matanza de la historia del continente.
Es lógica su inquina contra la Unión Europea, construida contra los nacionalismos a partir de la reconciliación francoalemana para evitar el regreso de la guerra entre europeos. No les puede gustar un imperio pacífico y normativo alrededor del Estado de derecho, los valores liberales, la solidaridad entre Estados europeos, la cooperación multilateral y las transferencias de soberanía a instituciones comunes, todo lo que hoy repudian los imitadores y aduladores de Trump. ¿Hay una idea mejor y más grande en nuestra historia que este proyecto de estabilidad y libertad, paz y prosperidad todavía bien vivo?
La Unión Europea no puede ser del gusto del trumpismo ni del putinismo, cada vez más acordes y afines, ni de las variadas extremas derechas que les aplauden. Todos ellos necesitan una Europa débil y fragmentada, a disposición de las hegemonías ajenas, sea la de Trump o la de Putin. Quieren asaltar las instituciones de Bruselas siguiendo la pauta del desmontaje de la administración federal y del orden liberal internacional desde dentro. Una vez fracasado el modelo del Brexit, su patriotismo consiste en desactivar la institucionalidad europea en nombre de las obsoletas e inútiles soberanías nacionales.
Esta semana han dado un enorme paso hacia adelante. En dirección al precipicio, naturalmente. El lazo transatlántico se ha roto. No queda rastro de confianza, solidaridad y valores compartidos entre Washington y sus aliados de 80 años. Ha sido en Múnich donde se ha levantado acta de tan inquietante viraje, la ciudad donde Chamberlain entregó Checoslovaquia a Hitler en 1938. Ahora, Trump, el apaciguador de Putin, siempre fuerte con los débiles y débil con los fuertes, se dispone a entregar a Ucrania y a traicionar a los aliados.
El presidente ruso ya no es un paria internacional. Pronto se reunirá con Trump en Arabia Saudí, y ha sido invitado a la Casa Blanca. Nada ha tenido que ceder en sus posiciones. Mantendrá bajo su control el territorio ocupado. Ucrania no entrará en la OTAN. La Alianza dejará de tener sentido, puesto que su seguridad futura será cuestión exclusiva de los europeos. Habrá levantamiento de sanciones y embargos y probablemente de inculpaciones en tribunales internacionales.
La iniciativa de paz de Trump es la victoria política de Putin. Pensada como un negocio redondo para Estados Unidos, que recuperará sus inversiones en la guerra y sacará tajada de la reconstrucción. Sufrirá Ucrania y pagarán los europeos. Si nadie lo impide, y es dudoso que haya fuerzas y voluntad para hacerlo, luego se traducirá en una victoria militar, cuando Putin emprenda la tercera fase de la guerra, para recuperar Ucrania y todo lo que pueda del imperio perdido.
Entre Madrid y Múnich, el trumpismo ha empezado a allanar el camino. Estados Unidos se va y necesita una Europa en manos seguras y cómplices. Indefensa ante los aranceles y los intereses de sus multinacionales tecnológicas. Fragmentada y dispuesta al reparto del mundo en áreas de influencia entre Washington, Moscú y Pekín. Con las extremas derechas en el poder en una Europa sometida. ¿Patriotas? ¿De qué patria?
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