La era de la desinhibición
La campaña en Alemania demuestra que los partidos establecidos siguen sin encontrar respuestas “civilizadas” a la inmigración y a otros temores que atenazan a los ciudadanos
![Manifestacion contra la extrema derecha Munich](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/DM7WRFELCR5EWT2LZRQFI452FQ.jpg?auth=85cacb7e72420a6ffa53c4c60bd9b46cb112151d85af8c01c4bb6be6aa2c8530&width=414)
En una columna reciente aludí a cómo vivimos en tiempos en los que ya no es necesario recurrir a la hipocresía, lo que se piensa se dice sin inhibición alguna, por mucho que rompa con valores que dábamos por supuestos. A este respecto, Trump y la corte de partidos de ultraderecha serían el ejemplo más conspicuo. Pero empiezan a aparecer señales de un efecto contagio sobre otras fuerzas políticas. Miren si no a la campaña electoral alemana, donde nos encontramos con otro ejemplo de ruptura de las inhibiciones político-morales. Me refiero al peligroso juego de Friedrich Merz cuando consintió en apoyar una moción contraria al derecho de asilo apoyándose en los votos de la AfD. El término Tabubruch, la ruptura del tabú de no cooperar jamás con la extrema derecha, se propagó como la pólvora por todos los medios del país, como si se tratara del anuncio de una pandemia.
Que ya hubiera ocurrido hace tiempo en otros lugares no fue óbice para que aquí fuera percibido como un verdadero escándalo. Y, de hecho, reaccionó en contra de esta medida “irresponsable” la propia Merkel, la anterior líder de ese mismo partido, y se extendieron populosas manifestaciones en contra. La CDU fracasó después en su intento de presentar un proyecto de ley de limitación de los flujos migratorios. No lo consiguió por la deserción de algunos diputados de la CDU y de los liberales, pero el mal ya estaba hecho. De poco han servido también las posteriores declaraciones de Merz asegurando que nunca, nunca pactará con la AfD, pero que se afirma en su visión restrictiva del derecho de asilo y el control de la inmigración. La campaña ya está rota, girará de forma casi exclusiva sobre dichas cuestiones, aquellas que precisamente interesan a la AfD.
Por otro lado, las esperanzas nacidas de la reacción de Merkel y los diputados díscolos o de la amplia reacción popular se están dando de bruces con los nuevos datos. Hace un par de días una encuesta de la televisión pública alemana detectaba un 1% de aumento en la intención de voto al partido de Merz y otro a la AfD. Por tanto, de traducirse en voto efectivo, entre ambos representarían ya a una mayoría de la población alemana (52%). Estoy seguro de que no gobernarán juntos, la ruptura del tabú no llegará tan lejos, pero lo verdaderamente preocupante es que la coalición semáforo se viera incapaz de evitar que el voto a la ultraderecha se duplicara durante estos tres últimos años. Dicho en otras palabras, los partidos establecidos siguen sin encontrar respuestas “civilizadas” al tema de la inmigración y a los otros temores que atenazan a nuestras poblaciones y dejan el campo expedito para la demagogia nacionalpopulista.
Lo fácil, como ahora vemos con la CDU, es adaptarse a ella. A la vista está que no la debilita. Y aunque el partido de Merz pueda extraer algún beneficio puntual de su nuevo movimiento, acaba de entrar en un verdadero campo de minas. Porque si hay algo que ya hemos aprendido de esta era de la desinhibición, y aquí es Trump de nuevo quien sirve de referente obligado, es que toda transgresión de una línea roja nos conduce a traspasar cualquier otra. Lo venimos repitiendo hasta la saciedad, hacer prevalecer el pequeño ventajismo de partido por encima del respeto al sistema de reglas y los principios y valores sobre los que hemos edificado nuestras democracias es la vía más directa para acabar con ellas. El Estado de derecho alemán es de los más sólidos, si ahí empiezan a abrirse vías de agua ya no habrá quien nos libre a todos de la inundación. Si Europa es nuestra salvación, Alemania es su profeta.
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