_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Qué significa trabajar en una democracia?

Saber por qué son buenos ciertos empleos nos sirve para entender qué hace insufribles a los malos

Repartidores de aplicaciones de entrega a domicilio en una calle de Madrid.
Repartidores de aplicaciones de entrega a domicilio en una calle de Madrid. Marcos del Mazo (LightRocket/Getty Images)

Trabajar en una democracia no puede ser igual que hacerlo en un régimen despótico. Sin embargo, cada vez prestamos menos atención a cómo la democracia se refleja en el ámbito laboral y a la necesidad de empleos compatibles con sus principios. El trabajo en una democracia debería notarse en aspectos clave: los empleos que fomentan la participación democrática no deberían implicar un desgaste físico y psicológico extremo.

Para aportar a este debate, resulta útil la investigación que desarrollamos en la Cátedra Extraordinaria Filosofía Social de la Discriminación Corporal (Inmujeres-UGR). En este marco, identificamos cuatro tipos de empleo, cada uno de los cuales puede ser ocupado por una misma persona en diferentes momentos de su vida. Es común que las personas aspiren a empleos con seguridad laboral, donde puedan definir el contenido de su actividad sin imposiciones. Mientras tanto, pueden aceptar trabajos con malas condiciones, con la esperanza de que esta etapa sea transitoria, ya sea por alcanzar el empleo deseado o por mejorar las condiciones del lugar donde se encuentran. Sin embargo, para otras personas, estos empleos precarios se convierten en un destino más o menos definitivo.

No es fácil determinar qué empleos son mejores en términos absolutos. Existen casos de precariedad extrema en ocupaciones que requieren años de preparación, como sucede con profesionales universitarios o del sector sanitario. A la vez, hay oficios asociados a la clase trabajadora no especializada con condiciones excelentes (por ejemplo, lo que resta de clase obrera con fuerte sindicalización y protección social). En última instancia, las condiciones laborales dependen de las características del empleo y, sobre todo, de las dinámicas que determinan qué trabajos son rentables y cuáles son sus exigencias.

Podemos analizar los empleos según dos criterios: la explotación económica y la explotación cultural. La palabra “explotación” puede resultar polémica y su significado no es unívoco, pero aquí le asignamos un sentido operativo.

La explotación económica ocurre cuando el trabajo no es reconocido y conduce al agotamiento extremo, enfermedades físicas o psicológicas, dificultando la recuperación y limitando la capacidad de las personas para trabajar o desarrollar proyectos personales fuera del ámbito laboral. Indicadores clave de esta explotación incluyen salarios insuficientes, escaso reconocimiento de los esfuerzos y condiciones que afectan la salud. Empíricamente, esto se traduce en largas jornadas laborales que recuerdan modalidades predemocráticas de abuso físico y psíquico. El impacto de estas condiciones acorta la vida de las personas o las vuelven dependientes de tratamientos costosos, medicamentos o formas de evasión como el consumo de alcohol o actividades autodestructivas.

Por otro lado, la explotación cultural ocurre cuando el trabajo se ve contaminado por actividades innecesarias o perjudiciales para los objetivos principales del empleo. Por ejemplo, en la hostelería se imponen estándares estéticos mediante uniformes insinuantes y se exige una disposición emocional de complacencia hacia la clientela. En la enseñanza, la sobrecuantificación de resultados puede degradar la calidad pedagógica. En la política, las normas estéticas propias de las élites excluyen a personas competentes y favorecen perfiles interesados en el estatus antes que en el servicio público. Estas imposiciones perjudican la salud y la integridad moral de quienes trabajan. A menudo estorban para que las tareas esenciales se cumplan con eficacia. En muchos casos estas actividades podrían eliminarse, mejorando tanto la calidad del trabajo como la condición de los trabajadores.

Existen empleos que combinan explotación económica y cultural: las personas no solo sufren desgaste físico, sino que además se ven humilladas por normas degradantes. Otros empleos, aunque económicamente explotadores, no implican explotación cultural, permitiendo un respiro moral. En el extremo opuesto, hay trabajos sin explotación económica ni cultural. Estas posiciones, que parecen cumplir el ideal ilustrado, ofrecen altos salarios, reconocimiento y conflictos limitados a malentendidos propios de la coordinación humana.

Observar la realidad desde abajo o desde arriba implica sesgos. Necesitamos conservar ambas perspectivas y salir de la alternativa entre la apología o la jeremiada apocalíptica. Necesitamos saber qué hace buenos a determinados empleos porque sirve de criterio para abordar qué hace insufribles a los malos.

La lucha por empleos compatibles con una democracia debe basarse en definir correctamente en qué consiste cada actividad y cuáles son las condiciones para desarrollarla con eficacia. La dimensión técnica —o profesional— impone condiciones, pero deben quedar moduladas por la discusión democrática. No de cualquier forma, y sobre todo no a cualquier precio, se trabaja en una democracia, aunque la eficacia —que se define distinto entre quien fabrica un automóvil, atiende a enfermos o prepara una clase— sea condición de la actividad económica.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_