_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Y si fuera al revés y el turismo fuera una burbuja dañina?

En un país en el que esta ‘industria’ ha sobrepasado el 12% del PIB nadie quiere plantearse seriamente sus peligros

Turistas en la zona de la Sagrada Familia, en Barcelona.
Turistas en la zona de la Sagrada Familia, en Barcelona.Gianluca Battista
David Trueba

Hace un tiempo alguien me contó que en el piso de al lado al suyo en el barrio del Born de Barcelona se instaló un alquiler vacacional. A las pocas semanas ya las fiestas ruidosas y la escandalera habitual se habían convertido en norma. Por allí pasaba gente de todo pelaje abducida por esa idea de que el turista puede abusar de las ciudades que visita como una forma de prostitución descarnada. Decididos a acabar con ello y recuperar la calma, denunciaron la situación. Dos días después, cuando mi amigo volvió a casa, se encontró la puerta entreabierta y a un tipo cachazudo pegando a su pareja. Cuando avisó a los mossos, el matón se fue con calma al piso de enfrente y se cerró con llave. La autoridad no tenía orden de entrada. Poco después, mi amigo y su pareja dejaban el barrio.

A Madrid esta explotación sin escrúpulos del negocio turístico llegó con un retraso de 15 años, pero vaya si ha llegado. Hay turistas ricos que comparten tutoriales de cómo timar a caseros en pisos de lujo de alquiler vacacional. Conozco un edificio que pretenden vaciar para convertirlo en apartamentos de alquiler provocando una epidemia de chinches y otra de ratas que descorazone al vecindario. En la Casa Orsola de Barcelona está a punto de producirse el desahucio de los inquilinos gracias a una ley que premia el ordeño inmobiliario sobre el derecho a la vivienda.

Son los artificios que utiliza la escena turística para recordarle al ciudadano que la calle es suya. En un país en el que el turismo ha sobrepasado el 12% del PIB nacional nadie quiere plantearse seriamente los peligros del asunto. Todos ganamos, nos repiten, porque no cuentan jamás ni los costes que apareja el negocio ni la historia de los que pierden. Al turismo incontrolado solo parecen temerle los jóvenes que se ven incapaces de arrendar un espacio céntrico en su ciudad a un precio razonable.

Es más, el neofascismo reciclado ha logrado inducir la psicosis opuesta en la gente común. Según su credo, hay malvados que vienen a ocupar tu vivienda cuando sales de paseo. Ha sido tal el éxito de esa paranoia que hasta han surgido como setas alarmas antiocupación, empresas de desalojo violento y otros amaños a costa del miedo. Porque el miedo siempre es una fabricación.

La ocupación es habitualmente opuesta a la que nos señalan. Está liderada por fondos de capital y por la lujuria avariciosa de unos cuantos. La habilidad para inducir temor en la dirección más ventajosa no es nueva, lleva ejerciéndose desde que el ser humano vive en comunidad. La misma industria de la protección es la fabricante de la amenaza, en una estrategia de vasos comunicantes que suele salir rentable. En cambio, el desalojo vecinal, la extorsión habitacional, la precarización del noble afán de crear un hogar y el desmán turístico incontrolado son apenas notas al pie de foto de una imagen de felicidad radiante en la economía que más crece de Europa.

¿Pero a costa de qué crecemos, queridos niños? ¿Quizá de ordeñar nuestra única propiedad colectiva, la ciudad, el paisaje, la esencia de nuestra forma de vida? Podría ser que cuando lo hayamos vendido todo no nos quede nada para festejar la buena marcha de nuestros grandes números. ¿Y si fuera al revés todo, que lo ventajoso sea perjudicial y lo radiante una roña? Seguiremos informándonos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_