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Lecturas Internacionales
Columna
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Una extraña transición: hacia la tiranía

Es dudoso que Estados Unidos sea dentro de cuatro años más libre, grande y poderoso de lo que es ahora

El presidente de EE UU, Donald Trump.
El presidente de EE UU, Donald Trump. Leah Millis (REUTERS)
Lluís Bassets

Miente, pero cumple sus promesas. Las mentiras demandan credulidad; las promesas, en cambio, la verificación de su cumplimiento. En vez de los hechos, son los deseos, pasiones y sentimientos los que mueven las redes sociales en la época de Donald Trump, que los maneja a placer como campeón del populismo. Acreditado por sus 30.000 mentiras de su primera presidencia, miente como respira. Con una red social que se llama Verdad, no hay palabra trumpista que no tergiverse, exagere u oculte, y su investidura no iba a corregir tal comportamiento. Su discurso fue una exhibición de palabras con escaso soporte en la realidad. No así sus promesas, seguidas de los decretos ejecutivos, entre ellos el perdón presidencial para los casi 1.600 insurrectos que asaltaron el Capitolio, y de las primeras imágenes televisivas sobre su salida de las cárceles, comprobación del valor de su palabra y de la certeza sobre las amenazas que contienen.

Es una solemne mentira trumpista que haya sido objeto de persecución por parte de Biden, al que acusa de utilizar la justicia como arma para subvertir el proceso electoral, exactamente su delito de 2021. Es un hecho que ni siquiera habría podido presentarse a las elecciones si los jueces nombrados por él mismo no le hubieran echado una mano para evitar su procesamiento y condena y los senadores republicanos no hubieran bloqueado los dos procedimientos de destitución. También necesitó al Tribunal Supremo, copado por jueces trumpistas, para obtener una inmunidad retrospectiva y la clausura de todos los procedimientos penales, menos uno: el del Estado de Nueva York. Gracias al juez neoyorquino Juan Merchán ha entrado en la Casa Blanca como el primer presidente delincuente, con la mancha del delito, aunque exonerado de la pena.

No ha sufrido persecución, sino todo lo contrario: si escapó vivo del rendimiento de cuentas fue por la prudencia y lentitud del departamento de Justicia demócrata, exactamente lo contrario de su desmesura y sus prisas por vengarse. Las mentiras son como cerezas, una lleva a la otra: los casi 1.600 amnistiados, al contrario de lo que dice Trump, no eran rehenes o presos políticos, ni pacíficos manifestantes. Al menos 180 de ellos, pertrechados con armas de fuego, cuchillos, porras y espráis, son violentos y peligrosos militantes extremistas, culpables de 140 heridos entre los policías que intentaron atajarles.

La mayor mentira fue la jura por segunda vez de la Constitución que había vulnerado hace cuatro años y la vulnera ahora de nuevo, al menos con las órdenes ejecutivas del perdón y de la venganza. Con todos sus cómplices exculpados, Trump se exculpa a sí mismo y se propone perseguir a quienes le persiguieron. Es perjurio, además de quiebra del Estado de derecho, insulto a jueces y policías, estímulo para futuras acciones violentas y aval a un execrable y peligroso delito contra la democracia y la Constitución, como es intentar modificar el resultado electoral para mantenerse en el poder.

Con tanto poder acumulado, por las urnas y por el aval de los jueces, es un tirano por encima de la Constitución. “¿Qué nos habéis dado, una monarquía o una república?”, le preguntaron a Benjamin Franklin, uno de los padres fundadores, al salir de la última reunión de los redactores de la Constitución el 17 de septiembre de 1787. Ha pasado a la historia la respuesta: “Una república, si podéis sostenerla”. Una mayoría de ciudadanos ha optado 250 años más tarde por el poder de un tirano, al menos para los próximos cuatro años, en vez de mantener la república. Con el perdón presidencial culmina el golpe de Estado.

Como un monarca absoluto ha utilizado el derecho de gracia reconocido en la Constitución. Del mismo modo ha actuado en la formación de su gobierno, exigiendo vasallaje y lealtad personal, un criterio que no pudo aplicar en 2017 en su primera e inesperada presidencia, para lo que no contaba como ahora con equipos preparados. Y también en el torrente de decretos presidenciales, muchos de ellos abiertamente inconstitucionales. El tirano se deleitará ahora en el amedrentamiento y la humillación de los más débiles y se ablandará con la adulación y la corrupción, instrumentos elementales en los tratos con sus pares del mundo del dinero y en las relaciones entre potencias mundiales.

Respira como miente, cumple sus promesas, pero sus fantasiosas profecías de poder y de gloria no tendrán la vida fácil. Es dudoso que Estados Unidos sea dentro de cuatro años más libre, grande y poderoso de lo que es ahora, como proclama en sus peroratas. El aislacionismo, el proteccionismo arancelario y la aversión a los inmigrantes gravitarán negativamente sobre la economía. Sin aliados en el mundo, ganará enemigos y convocará coaliciones adversas. Veremos hasta dónde llegarán las victorias imperiales y los éxitos de la paz trumpista y en qué quedará su ‘edad de oro’.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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