Querrían ser árabes
La celebración de la Supercopa en Arabia Saudí pone en evidencia la hipocresía del fútbol español
¿Por qué sigue celebrándose la Supercopa de España en Arabia Saudí cuando ya fue destituido el ideólogo de la absurda deslocalización? No me respondan, ya sé que es por los petrodólares y no por las hipócritas alegaciones de algunos jefes del fútbol que afirman que la monarquía feudal se está abriendo y cambiando. Ellos parecen estar en su salsa en un mundo que tiene a las mujeres con la pata quebrada, se integran con una asombrosa facilidad en las sociedades donde el machismo no solo no ha sido puesto en duda sino que es ley. No como aquí, que tienen que andar disimulando lo que realmente piensan sobre nosotras porque ya no queda bien el desparpajo con el que se expresaban en otros tiempos. No hay más que recordar a Jesús Gil en el jacuzzi, ese trauma de toda una generación. Sigue habiendo personajes así en el fútbol español, solo que no pueden jactarse de ese vil comportamiento. En Arabia, en cambio, están donde querrían estar: en una sociedad que los sitúa, solo por tener genitales externos, por encima de todas las hembras humanas. Entiendo que los profesionales que aceptan jugar en un lugar tan denigrante lo hacen por imperativo contractual, pero ¿ninguno de ellos tiene conciencia? ¿No les repugna conocer las condiciones en las que viven las saudíes? Bueno, tal vez espero demasiado de quienes aceptan cobrar cifras astronómicas mientras sus homólogas femeninas se tienen que conformar con una ínfima parte de ese pastel, quienes están acostumbrados a estar solo con otros hombres desde pequeños.
En esta edición a las mujeres de algunos jugadores les ha sorprendido el trato que les han dispensado algunos hombres saudíes. Habrá que explicarles que la segregación por sexos tiene consecuencias que tal vez no entiendan porque no la han vivido: supone condenarlas a ellas a permanecer en la sombra, encerradas en las casas o escondidas bajo sábanas negras, esas cárceles ambulantes. A ellos, en cambio, los transforma en energúmenos primitivos al ser privados del trato normal con hembras humanas que no sean familiares cercanas. En ese tipo de sociedades el acoso es constante y notorio, las mujeres que se muestran sin taparse se convierten en provocadores objetos sexuales. Por eso a las que fueron a animar al Mallorca en el estadio del Rey Abullah les tocaron el culo y no solo las “agobiaron” como salió a decir el actual presidente de la Federación. Como Rubiales, como Gil y como tantos otros señores del fútbol, siguen sin entender nada, ni de acoso, ni de igualdad, ni de derechos humanos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.