Feijóo y Puigdemont se hacen ojitos sin mirarse a la cara
A los dos les remueve la nostalgia de cuando ser de derechas era más importante que ser catalán o español


No encontrará Alberto Núñez Feijóo una manera más poética de dar la razón a Pedro Sánchez que armar una mayoría con Carles Puigdemont. Confirmaría la tesis gubernamental de que la amnistía y los paños paliativos del doctor Illa han llevado la paz a Cataluña. Hasta tal punto, que populares y juntistas vuelven a susurrarse en la intimidad versos de amor en catalán, como en los tiempos felices de Aznar y Pujol. La política está llena de esas paradojas: quien se beneficia de tus acciones suele ser el rival que te las criticaba. Lo sabe bien el tabernero de Lavapiés Pablo Iglesias, por ejemplo, quien seca los vasos y rumia melancólico cómo el PSOE se apropió de su estrategia de polarización —después de demonizarla y combatirla— y le dejó fuera de juego. La historia se repite desde que el inventor de la guillotina murió guillotinado.
Feijóo y Puigdemont llevan un tiempo haciéndose ojitos sin mirarse a la cara. El primero dice lo que dicen los ex despechados cuando se les enfría el despecho: si viene, que venga, pero tiene que venir él. El segundo intenta que el otro se humille y suplique, pues le va el rollo sado, pero en el fondo se muere de ganas por volver. A ambos les remueve la nostalgia de cuando ser de derechas era más importante que ser catalán o español. Ay, aquellos días azules de sobremesa y compadreo, lo mismo daba en tu masía de la Cerdanya que en mi chalé de Sotogrande.
Sueña Feijóo con mociones de censura eléctricas, pero sueña flojito y diríase que le gusta más dormir. Así no se reconcilia nadie. Un amor tan áspero como el de Junts exige seductores imaginativos. Si yo fuera Sánchez, estaría tranquilo, convencido de que Puigdemont y Feijóo no van a pasar del coqueteo inocente.
Le dijo el jefe popular el lunes a Carlos Alsina que Mazón estuvo “noqueado” en la dana, pero incluso Mazón demostró audacia cuando pactó con Vox sin encomendarse a los santos de Génova. Mazón se noquea cuando les conviene. En Feijóo, en cambio, parece un estado natural. No se ha recuperado de aquellas elecciones. Repite que las ganó, pero deja que le marquen el paso otros: Mazón o Ayuso dentro de su partido; Abascal en los arrabales y, ahora, Puigdemont desde Waterloo. Los opinadores afines hace tiempo que le gritan que se mueva, que vaya a la derecha, a la izquierda, adelante o atrás. Hacia algún sitio, el que sea. De momento, su único movimiento ha sido de párpados, al guiñar un ojo hacia Bruselas, a ver si pillan la indirecta y se mueven ellos.
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