Inteligencia vs. Bondad: El legado de Jimmy Carter
Una pregunta que surge en esta época preelectoral en Colombia es: ¿bajo qué parámetros deberíamos juzgar a los candidatos que se presenten a las elecciones del próximo año?
En la vida, todos nos encontramos con personas de inteligencia superior, muy superior; esa inteligencia que se percibe a leguas en la manera en que se expresan, conectan ideas, aprenden con rapidez y comprenden conceptos complejos, desmenuzándolos ágilmente para nosotros.
Por supuesto, están las ocho inteligencias descritas por Gardner, que incluyen la visual- espacial, tan evidente en Picasso; la musical, aparente en tantos músicos geniales; o la kinestética, como la de Nureyev o Michael Jordan. Sin embargo, solemos referirnos principalmente a la inteligencia intelectual descrita arriba.
Es, sin embargo, mucho más difícil identificar, conocer y profundizar en amistades con personas de extrema bondad. Parece como si la bondad estuviera out y la inteligencia in. Aunque, últimamente, en nuestro contexto colombiano, debería parecernos que la situación tendría que ser radicalmente al revés. Estas personas, las bondadosas, se dedican a tareas simples en las que su enorme corazón, visible a kilómetros de distancia, brilla en sus relaciones con los demás, pero, sobre todo, en cómo tratan a sus semejantes y se expresan de ellos, no solo verbalmente, sino también a través de sus acciones del día a día. Una particularidad de estas personas es cómo se desvían de su camino para ayudar a alguien más. Y esa bondad lleva consigo una transparencia íntegra que se acompaña de otros valores como la humildad, el desprendimiento y la búsqueda constante de la verdad, pero sin alardes.
Una pregunta que surge en esta época preelectoral en Colombia es: ¿bajo qué parámetros deberíamos juzgar a los candidatos que se presenten a las elecciones del próximo año, ya sea para la Presidencia, el Senado o la Cámara? Creo indudablemente que debemos volver a la racionalidad y establecer indicadores claros para evaluarlos y publicarlos. La lista podría comenzar con dos aspectos fundamentales: si la persona es inteligente y bondadosa.
“¡Tibio!”, vociferarán algunos. “¡Hay que tener inteligencia y mano dura!, si no, ¿cómo recuperaremos la seguridad? ¡Capacidad de decisión, de escoger bien a quienes los rodean y a quienes sugieren para las ternas!”. Son buenos puntos. Quizás por eso Mohandas Gandhi nunca quiso ser primer ministro de la India. Prefería meditar con su rueca, rezar y ayunar.
En este contexto aparece “la persona demasiado buena”, que muchas veces termina siendo devorada por los vivos y los oportunistas. Pero, a propósito de Gandhi, su estilo de negociación era peculiar: “Usted tiene esto y yo tengo aquello, llévese todo lo mío”.
Claramente, el oportunista se llevaba todo. Sin embargo, tras la tercera o cuarta ronda, al ver cómo Gandhi perdía una y otra vez con una gran sonrisa y tranquilidad, algo comenzaba a quebrarse dentro del oportunista. Y al final, el gran ganador era Gandhi.
Nos enfrentamos, entonces, a una tríada: los inteligentes, los aguerridos o los bondadosos.
¿Existe una intersección importante de estos valores en quienes se presentarán a las próximas elecciones? ¿Podemos asumir el reto de elegirlos con tanto cuidado? ¿O será que la política, guiada por la emocionalidad, la amistad o el interés, nos arrollará y dejará la racionalidad en el tarro de la basura para llevarnos, una vez más, al mismo lugar de siempre?
Curiosamente, mientras terminaba este artículo, llegó la noticia del fallecimiento de Jimmy Carter, destacado casi unánimemente en los obituarios como el mejor expresidente de la historia de los Estados Unidos. En todos ellos se resalta, sobre todo, su bondad y la manera en que enfrentó retos que luego le valieron el Premio Nobel de Paz, centro de sus esfuerzos como presidente. También contrastan esa bondad con su aparente ingenuidad en la política exterior con Irán y la crisis petrolera de 1978. Esa misma bondad se expresó después construyendo casas con sus propias manos para los menos favorecidos a través de su fundación Habitat for Humanity.
Al final, ganó su bondad. Y con él, ganó Gandhi en su vaticinio sobre los valores que, que acaban prevaleciendo en todas partes, así sea mucho, mucho después
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