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Obituario
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

José Antonio Llorente, ejemplaridad a seguir

Fue un gran empresario en el sector de los servicios profesionales corporativos donde entre las primeras firmas globales la gran mayoría son de origen anglosajón. Abrazó la innovación y la tecnología como un medio clave para progresar en la excelencia del servicio

José Antonio Llorente, en su despacho en la sede de LLYC en Madrid.
José Antonio Llorente en Madrid, en abril 2022.Santi Burgos

Hoy se cumple un año del fallecimiento de José Antonio Llorente y querría recordarle. No sólo por sus indudables éxitos empresariales sino también, y especialmente, por sus valores como ser humano, porque no tengo duda que su ejemplo nos haría mejores, individualmente y como sociedad.

Fue un gran empresario en el sector de los servicios profesionales corporativos, donde entre las primeras firmas globales la gran mayoría son de origen anglosajón, y en el que no es fácil crear, empezando con dos personas, una enseña global, presente hoy en 13 países, con casi 1.400 empleados y que ha llegado a ser una de las cuarenta primeras del mundo en su especialidad. Creó y moldeó la consultoría de comunicación en España, con esa visión tan arraigada que tenía de la comunicación como función esencial en la sociedad para que esta funcione mejor y como una actividad estratégica de las empresas en sus relaciones con clientes e instituciones. Ambas ideas eran parte esencial de su credo, genuina y genéticamente asumido, y por ello parte de su éxito.

Tuvo siempre claro que en Latinoamérica, más allá de un ámbito geográfico con una lengua común a la nuestra y un estrecho vínculo histórico, había un futuro mejor para sus sociedades y habitantes y que la comunicación ayudaría a conseguirlo. Por ello su apuesta, en ese sentido, siempre fue clara y firme, no sólo empresarialmente sino también institucionalmente. Demostró, igualmente aquí, su altura de miras y su perfil de hombre de Estado, ese al que Iván Redondo ha hecho referencia en varias ocasiones.

José Antonio abrazó la innovación y la tecnología como un medio clave para progresar en la excelencia del servicio a prestar a los clientes y anticipó que serían esenciales para permanecer a la cabeza de la industria. Por eso hoy, en la firma que fundó, muchas de las incorporaciones son ingenieros o analistas de datos. Porque es necesario, como él decía, “escuchar y entender el contexto” y para ello en nuestro entorno, cada vez más sofisticado, se requiere de nuevas herramientas.

A José Antonio, le encantaba escuchar, y este fue un rasgo definitorio de su vida personal y profesional. Querer escuchar, está en la esencia del que realmente quiere entender al otro, del que quiere mejorar las cosas y del que tiene apetito por conocer como mecanismo para sacar su mejor yo. El apetito de José Antonio, en ese sentido, era voraz y por ello le interesaba todo, el arte, la literatura, la política, la historia, la tecnología, pero sobre todo lo que más le interesaba eran las personas, era un interés real y genuino. Siempre tenía tiempo para todos o era el primero en hacer un comentario a una publicación en redes de un amigo o conocido.

José Antonio no era dogmático y por supuesto no acudía al principio de autoridad en la argumentación de sus ideas. Tenía fuertes convicciones y estás afloraban en la discusión con él, pero le vi en muchas ocasiones cambiar de opinión sin dudar. Querer escuchar al otro y no ser dogmático son la base de la empatía y la asertividad, de la habilidad y el coraje necesarios para preocuparnos e interesarnos de verdad por los demás. Si pusiéramos ambas habilidades en nuestras listas de mejora para el futuro, siguiendo su ejemplo, sin duda nos ayudaría como sociedad, porque siempre puede haber, como también decía, otra forma de ver las cosas y es necesario entenderla, especialmente en estos días de polarización, de divergencia entre las tendencias etno-nacionalistas y cosmopolitas, como las califica el profesor de Harvard, Steven Levitsky, de peligro ante el control del conocimiento y de intento por imponer una visión sobre el pasado y presente para así poder controlar el futuro.

Pero si hay algo que me gustaría honrar de José Antonio, es su lección de cómo encarar la muerte que es, en definitiva, una lección de cómo encarar la vida. Pienso en Gamoneda y en sus versos del Libro del frío y no puedo dejar de recordarle: “Estoy desnudo ante el agua inmóvil. He dejado mi ropa en el silencio de las últimas ramas. Esto era el destino: llegar al borde y tener miedo de la quietud del agua”. Ese momento de llegar al borde, es de los pocos que nos hace a todos los humanos iguales, independientemente de nuestro origen, credo o riqueza. Es inalterable como destino, y sólo nuestro carácter, moldeado por los valores que hicimos nuestros, lo hace diferente. José Antonio durante el año que estuvo luchando contra su enfermedad, lo hizo con esa serenidad clara que tenía, con la habitual flema inglesa que le caracterizaba, sin irritación alguna. El 29 de diciembre de 2023, a las 9.00 de la mañana, cuando aún me recuperaba de una gripe que me había impedido pasar las fiestas con mi familia, me llamó pidiéndome que fuera a Madrid porque estaba en sus últimas horas. Tuvo la cabeza lucida hasta el final, con la única preocupación de solucionar algunos asuntos para su mujer, Irene, y su hija, Mara. Sofía Puente nos ayudó a conseguirlo, por lo que le estaré eternamente agradecido ya que permitió que pudiera pasar sus últimas horas más tranquilo, si cabe, con todo resuelto. Cuando le abracé el sábado 30 por la noche antes de irme, dejándolo con Irene, esperaba volver a verle a la mañana siguiente. No vi en él, en ningún momento miedo ante la quietud del agua. A la mañana siguiente ya no se despertaría.

Todos los que lo conocimos lamentamos su pérdida, pero este lamento, como el de Deor, pasará (That was overcome, so may this be). Así lo quería. Lo que difícilmente pasará, será su recuerdo, lo que nos dejó, su ejemplaridad y la satisfacción por haberlo conocido, vivido, querido, y reído (aún recuerdo el “live, love, laugh” de sus tarjetas personales) y también, porque no, por haber trabajado con él. Nos ha dejado una huella indeleble.

En este año que empieza se cumplirán 30 años desde que fundó, allá por 1995, Llorente y Cuenca y probablemente por primera vez en la historia de la empresa, Estados Unidos será el primer país por nivel de actividad. Y también lo seguiremos recordando.

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