Navidad invencible
Una mejor esperanza, un deseo de felicidad ajena y un compromiso con la infancia son ingredientes sencillos y luminosos que declaran la guerra a la coyuntura y al tiempo
A Sócrates sus enemigos lo acusaban de decir siempre las mismas cosas. Y los sofistas tenían razón porque, al contrario que ellos, el sabio ateniense tendía a repetirse. Aquellos griegos, fascinados por el movimiento de los astros, entendían también que lo eterno no tenía tanto que ver con una quietud perfecta, sino con el ritmo regular de la repetición. Que todo lo que importa tienda a volver es la prueba de que las cosas esenciales nunca se van del todo. En esa memoria cíclica de vivencias, la Navidad se destaca como una especie de kilómetro cero que nos sigue permitiendo vivir desde la infancia.
Que la Navidad regrese cada año y que lo haga necesariamente de la misma manera es, también, una suerte de alivio para la costumbre y la experiencia. En un mundo cada vez más amenazado por la incertidumbre, en Navidad sabremos que habrá cosas que siempre volveremos a encontrar: una receta, una casa o una vajilla que solo visitamos en estas fechas; un familiar amado o un cuñado tedioso; una ausencia que se hace presente en anécdotas que, pese a todo, también son felices. Uno de los valores de la Navidad, que hasta sus más previsibles críticos deberían apreciar, es que disciplina nuestra voluntad porque, aunque no queramos, llega. Y en medio de esta tiranía del deseo, es bonito constatar que hay rituales que debemos cumplir incluso cuando no nos apetezca.
Pero la Navidad es también el tiempo de un mensaje antiguo que se revive porque nunca termina de cumplirse. Y esa no es la prueba de su mentira, sino de su necesidad. Claro que en estas fechas persisten los mismos raptos de maldad e incluso de hipocresía; por eso merece la pena repetir la Navidad, incluso en su dimensión mundana. En una circunstancia narcisista como la de nuestro tiempo, en la que sentimos que todo ha de ser novedoso y disruptivo, hasta el tedio navideño nos instruye para recordarnos algunos valores atemporales de la humanidad. Una mejor esperanza, un deseo de felicidad ajena y un compromiso con la infancia son ingredientes sencillos y luminosos que declaran la guerra a la coyuntura y al tiempo.
Es cierto que la Navidad, en una sociedad secularizada, tiende a olvidar el motivo de su alegría, del mismo modo que a veces nos recordamos que no debemos estar felices aunque hayamos olvidado la causa de nuestro dolor o nuestro daño. Tiempo habrá para seguir repitiéndola. Enmendando a Camus, creo que en medio del odio y de las lágrimas sería bonito encontrar, más que un verano, una Navidad invencible.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.