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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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En busca de una narrativa europea

Vivimos en un mundo con una brutal pugna entre voluntades de potencia. Los europeos necesitan articular una visión común para forjar la voluntad unitaria indispensable en este nuevo tiempo

El presidente francés Emmanuel Macron (c); el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump (d), y al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski (i) abandonan el Eliseo para dirigirse a la ceremonia de reapertura oficial de la catedral de Notre Dame el pasado día 7 de diciembre.
El presidente francés Emmanuel Macron (c); el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump (d), y al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski (i) abandonan el Eliseo para dirigirse a la ceremonia de reapertura oficial de la catedral de Notre Dame el pasado día 7 de diciembre.MOHAMMED BADRA (EFE)
Andrea Rizzi

Las capacidades son un elemento crucial de la vida, pero las voluntades no lo son menos. En un mundo de voluntades de acero —la de Rusia de reconstruir el imperio, la de China de convertirse en potencia de referencia, la EE UU de retener su primacía— la UE adolece de un problema de voluntad. De entrada, por una cuestión estructural: pese a la creciente integración, sigue siendo un conjunto de 27 países con diferentes intereses. Pero, también, por la incapacidad de construir una narrativa clara, que convenza claramente a sus ciudadanos de que los intereses esenciales son comunes, que estos son más importantes que los nacionales y que requieren esfuerzos. Esa convicción ciudadana facilitaría la acción de los políticos. Pero no la hay en medida suficiente.

Esta importante cuestión ha aflorado de forma espontánea en distintos debates de la conferencia Grand Continent Summit, organizada por la homónima revista paneuropea en el Valle de Aosta la semana pasada, un foro excelente para tomar el pulso del devenir de Europa. Pierre Heilbronn, enviado especial de Francia para la ayuda y la reconstrucción de Ucrania, se refirió a la cuestión, al desafío de trabajar en las narrativas, recordando palabras de Pascal Lamy —otro participante en la conferencia— quien considera un problema el que los europeos no tengan todavía sueños y miedos comunes. Esos son los verdaderos tejidos de una dimensión política y geopolítica unitaria.

En esa línea, el historiador Ian Garner señaló la fuerza de la narrativa rusa, distorsionada pero movilizadora, la cual sostiene que Rusia se halla “en un gran combate metafísico con Occidente, una guerra de la que depende su propia existencia”. No es verdad, pero es potente. “¿Qué narrativa tenemos en Europa para responder a eso?”, preguntó a continuación el historiador. En otra sesión, Josep Borrell también tocó esa tecla, señalando que es necesaria mucha pedagogía para que los europeos entiendan por qué es necesario apoyar a Ucrania. A continuación, invitó a imaginar el escenario consiguiente a la falta de apoyo: tanques rusos en Kiev, soldados del Kremlin en la frontera con Polonia, Rusia controlando el 40% del mercado mundial del trigo. A ello habría que añadirle el envalentonamiento global de regímenes que calculan que se pueden conseguir a la fuerza cosas ilegales.

Los sondeos muestran que hay un embrión de sentimiento europeo que respalda nuevas construcciones comunes. El último Eurobarómetro muestra los mayores niveles de confianza en la UE desde 2007. Un sondeo encargado por El Grand Continent y llevado a cabo por la consultora Cluster 17 en Alemania, Francia, Italia, España y Bélgica señala un respaldo consistente a profundizar en la integración y una sorprendente preferencia por una Defensa europea común por encima de la OTAN o de contar solo con el Ejército nacional (con Francia en contratendencia en ambos casos). Pero esta disposición de fondo no es sinónimo de pleno respaldo a ciertas cosas que parece esencial hacer, como reforzar la defensa o llevar a cabo fuertes inversiones que garanticen una mayor autonomía de Europa en ciertas áreas industriales y tecnológicas. Inversiones que requieren o bien nuevo endeudamiento o reducir otras partidas.

La verdad es que para no convertirnos en un espacio irrelevante y, lo que es peor, dependiente, la UE debe hacer muchas cosas que requieren muchos esfuerzos. La lista de lo que puede ocurrir si no lo hacemos va desde —muy pronto— un acuerdo sobre Ucrania sellado entre Trump y Putin (con Xi de padrino cercano) por encima de las cabezas de ucranianos y europeos hasta quedarnos expuestos a la benevolencia de otros en cuanto a materias primas estratégicas o tecnologías clave de última generación. Desde una decisión de Putin de seguir reconstruyendo su imperio atacando a otro país porque sabe que la defensa es blanda hasta una de Xi cortarnos suministros clave en el marco de broncas comerciales y geopolíticas.

¿Cómo debería ser esa narrativa, aquella que convence a hacer lo que es necesario? Por supuesto nadie tiene la respuesta redonda, y desde luego no la tiene esta pequeña columna. Pero es probable que tenga a que ver con una mezcla equilibrada de los dos conceptos de Lamy: sueños y miedos comunes. Y, pensándolo, se pueden enfocar algunos. ¿Les gusta la idea de un espacio de prosperidad, libertad y cohesión social? ¿Les aterra la idea de la violencia como herramienta para subyugar otros pueblos y cambiar fronteras? Si usted es europeo, aquel sueño y ese miedo conducen a la misma respuesta para realizarse —el primero— y evitarse —el segundo—: es más integración europea, con considerables esfuerzos. En algún lugar entre esos dos ejes está la narrativa para forjar la voluntad necesaria para conseguirlo.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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