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Sade en Pelicot

¿Un marido que mira mientras otro se tira a su mujer? ¿Qué más transgresor que convertir a una respetable esposa en una zorra a disposición de desconocidos?

Un grupo de mujeres muestran su apoyo a Gisele Pelicot en las puertas de los juzgados de Aviñón, este miércoles.
Un grupo de mujeres muestran su apoyo a Gisele Pelicot en las puertas de los juzgados de Aviñón, este miércoles.ALEXANDRE DIMOU (REUTERS)
Najat El Hachmi

Desde que saliera a la luz el caso Pelicot no paro de pensar en Sade. La primera vez que leí al divino Marqués, sus textos me perturbaron del mismo modo que lo hizo Lolita de Nabókov, en ellos no reconocí gozo ni placer alguno, sino una excitación no deseada parecida a la que experimenta cualquier mujer cuando es agredida. La violencia extrema de Sade no era un juego de roles ni una simulación de dominación, por mucho que fueran intelectuales progresistas quienes lo hubieran sacado del olvido. Sus delirios crueles, su odio a toda norma moral y su defensa de la explotación de la mujer (todas deberíamos ser putas, según él) maridaron a la perfección con el neoliberalismo de la postmodernidad, aunque algunos creyeron que estaba del lado del sexo libre. Desde la izquierda se difundió la idea de que transgredir la moral dominante es siempre un acto revolucionario, sin darse cuenta de que el pequeño burgués conservador se había transformado ya en un avezado lobo dispuesto a explotar sin remilgos ese nuevo y fructífero terreno del sexo liberado. Dispuestos como están tantos hombres a pagar y siendo las mujeres tan fáciles de someter, lo único que tenían que hacer era ponerse a contar billetes. Prohibido prohibir. Todo está permitido, que vuestras fantasías se hagan realidad.

Cualquiera que haya visto algo de porno puede darse cuenta de que la sombra de Sade planea sobre el modo en que se representa la intimidad en este entorno. No es que no haya afectos o amor, es que no hay humanidad alguna: los cuerpos son objetos. Sin nombre, sin identidad, solo sexo desprovisto de todo. Y una dominación masculina hegemónica que de tanto repetirse deja de ser una simple fantasía. Parafilias que antes hubieran sido consideradas perversiones ahora se presentan como prácticas excitantes que nos apartan del tedio de la repetición aburrida y rutinaria. Forzar a una mujer es algo habitual en la pornografía. ¿Un marido que mira mientras otro se tira a su mujer? ¿Qué más transgresor que convertir a una respetable esposa en una zorra a disposición de desconocidos? Eso sí, manteniendo siempre el marido el control sobre la escena. No me cuesta imaginar que Pelicot haya leído al marqués de Sade. En la violencia extrema que ha ejercido sobre Gisèle no solo hay un hombre que comete crímenes, hay una ideología y pensamiento. Nuestro tiempo presente, en lo que al sexo y las relaciones entre hombres y mujeres se refiere, son tremendamente sadianas. Es la cultura que nos domina y debiéramos impugnarla toda. Eso sí sería revolucionario.

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