_
_
_
_
COLUMNA
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Si el poder corrompe

Quizá ha llegado el momento de vigilar a los poderosos más de cerca y anticiparnos a su predecible podredumbre

El hemiciclo del Congreso, en una sesión en marzo de 2023.
El hemiciclo del Congreso, en una sesión en marzo de 2023.J.J. Guillén (EFE)
Marta Peirano

En el mundo hay dos clases de personas: las que buscan el poder por encima de todas las cosas y las que prefieren comer cristal. No creo que una de las dos posturas sea intrínsecamente más virtuosa que la otra, pero sólo porque nadie elige la suya. La relación con el poder tiene que ver con la infancia, las jerarquías familiares, el contexto histórico en el que crecemos y otros fenómenos biográficos que escapan a nuestro libre albedrío. A pesar de eso, ambos bandos encuentran que la postura del otro es moralmente indefendible.

Los amigos, aspirantes y admiradores del poder viven genuinamente convencidos de que todo el mundo es como ellos. Que cualquiera que afirme lo contrario es simplemente débil, hipócrita o un filibustero que lo busca de forma tapada, con estrategias oblicuas, ejecutando maniobras orquestales en la oscuridad. Los ateos, por su parte, viven genuinamente convencidos de que el poder es un cáncer que destruye hasta las almas más delicadas. Sé que es verdad porque pertenezco a la segunda clase.

No me gusta el poder. No me gusta la gente que lo tiene, sospecho de la gente que lo quiere y odio lo que hace con aquellos que lo consiguen. Estoy convencida de que he perdido amigos muy queridos por su culpa. Creo que su efecto es tóxico, no sólo para los que lo sufren, sino especialmente para los que lo ejercen. Mi convicción se solidificó hace 10 años, cuando descubrí un artículo académico que explica que el poder provoca daño cerebral.

En La paradoja del poder, el profesor de Psicología en la Universidad de Berkeley Dacher Keltner cuenta que ejercer el poder durante suficiente tiempo altera la conectividad de la corteza prefrontal. Tanto, que se puede comparar con la clase de lesión cerebral traumática que tenemos después de un accidente. La clase de lesión que cambia nuestra capacidad para procesar y responder a las emociones de los demás.

Keltner dice que las personas se vuelven más impulsivas, más propensas al riesgo y menos capaces de ponerse en el lugar de otros. Pierden la capacidad de autocrítica, se sienten por encima de las normas y dejan de entender el impacto de sus acciones. Como consecuencia, empiezan a perjudicar a otros. En otras palabras, su empatía desaparece de forma inversamente proporcional a su poder.

La ausencia de empatía constituye la característica principal, aunque no exclusiva, de los narcisistas y los psicópatas. En la literatura psiquiátrica, estos son trastornos que se caracterizan por ver a los demás como simples herramientas para satisfacer las propias necesidades y ambiciones, y por una tendencia a la manipulación y la explotación. No hace falta ser científico para observar que muchos de los principales puestos de responsabilidad en el mundo están ocupados por narcisistas y psicópatas. La cuestión no es si ya lo eran antes de ser poderosos. La cuestión es qué podemos hacer para mitigar su toxicidad.

La estadística, la ciencia y la historia nos demuestran una y otra vez que el poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Lo dijo lord Acton en 1887 y no era neurobiólogo, sino historiador. Quizá ha llegado el momento de vigilar a los poderosos más de cerca. Anticiparnos a su predecible corrupción. Establecer los protocolos de control que nos avisen cuando su nivel de narcisismo y psicopatía requiere medidas extraordinarias, en lugar de permitir que el poder se vaya retroalimentando hasta convertirse en la única forma estable de autoridad.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_