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El Observador Global
Columna
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La locura armamentista

Cada dólar gastado en armas es un dólar que no se invierte en el futuro de la humanidad

Varios delegados asistían a una feria de armamento en Londres en septiembre de 2019.
Varios delegados asistían a una feria de armamento en Londres en septiembre de 2019.LEON NEAL (Getty)
Moisés Naím

En un mundo plagado de amenazas que van desde el cambio climático y las pandemias hasta el auge del crimen organizado y de guerras que pueden cambiar nuestra civilización, una cifra destaca por su magnitud y sus implicaciones: 2,4 billones de dólares (unos 2,2 billones de euros). Este es el monto que el mundo gastó en armamento y preparativos militares en 2023, una suma tan astronómica que desafía la comprensión inmediata. El gasto militar creció casi un 7%, el mayor aumento en los últimos 15 años, según el SIPRI, un respetado think tank sueco especializado en asuntos militares.

Esto va más allá del aumento natural de la producción y el comercio internacional de armas, estimulado por las guerras en curso en Ucrania y Oriente Próximo. Y no es solo el armamentismo sin precedentes del mercado de armas convencionales. El desatado gasto militar también tiene una componente nuclear. De acuerdo con un preocupante reportaje de The New York Times, Estados Unidos está invirtiendo montos inéditos de su presupuesto para remplazar sus misiles Minuteman, que han llegado al final de su vida operativa. El Pentágono invierte sumas enormes en nuevas armas, incluyendo el bombardero B-21, y en sofisticados sistemas de comando y control. Rusia está desarrollando misiles hipersónicos, como el llamado Avangard, y novedosos sistemas de torpedos nucleares. El Kremlin ha anunciado que el año próximo planea aumentar su gasto militar en un 25%. En tanto, China está desarrollando nuevos sistemas de misiles intercontinentales, e India invierte en el Agni V, un misil balístico con alcance de miles de kilómetros, y otras armas nucleares transportadas en submarinos.

América Latina no se queda atrás, lo que hace pensar que no se trata sencillamente de un reajuste ante las guerras en curso. Chile y Brasil están comprando buques rompehielos y fragatas. Brasil se ha impuesto como meta desarrollar un submarino nuclear antes de 2030, y está comprando obuses de 155 mm. Brasil, Paraguay y Perú están gastando millones para poner al día sus unidades blindadas. Argentina, Brasil, Colombia, Ecuador y Perú han estado comprando helicópteros a Rusia.

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Cada segundo que pasa, el mundo gasta más de 77.400 dólares en armas y ejércitos; con cada tic del reloj, el gasto en la mejora o el aumento de los servicios públicos es recortado y aplastado por la locura armamentista que estamos viviendo.

Este gasto colosal no es un fenómeno aislado. Desde hace años, la tendencia en el gasto militar es al alza: de 1,98 billones de dólares en 2020 a 2,44 billones cuatro años después, según el SIPRI . Este incremento persistió incluso durante la pandemia de la covid-19, un periodo en el que los sistemas de salud de todo el mundo operaban al borde de la insolvencia.

Las consecuencias de este gasto se hacen evidentes cuando consideramos lo que se hubiese podido lograr con esos recursos. Con el gasto militar de un solo día (6,13 millones de dólares) se podrían construir más de 60.000 escuelas en países en desarrollo, según los datos de la UNESCO. El gasto militar global en 2022 fue casi nueve veces la cifra que se necesitaría cada año para erradicar el hambre en el mundo en 2030, de acuerdo con los cálculos de la FAO. Y es que el simple aumento del gasto de 2022 a 2023 (203.000 millones de dólares) supera el producto interno bruto de más de 130 países.

El impacto de esta locura armamentista va más allá de lo militar o financiero. Las fuerzas armadas son responsables de aproximadamente el 5,5% de las emisiones globales que contribuyen al cambio climático, superando las emisiones anuales de países como Japón o Alemania, según un estudio publicado por el grupo Scientists for Global Responsibility.

Mientras los líderes mundiales justifican ese gasto citando las amenazas a la seguridad nacional y la necesidad de modernización de sus arsenales, cabe preguntarse si estamos realmente más seguros. ¿Qué tan confundidas tienen que estar nuestras prioridades para creer que la solución a los conflictos entre países es el aumento del gasto militar?

El argumento según el cual gastar más en defensa contribuye a la paz, ya que disuade a potenciales países agresores, es débil. La historia está llena de ejemplos de guerras que estallaron independientemente de las asimetrías que había en el gasto militar de los contrincantes.

En un mundo donde cada centavo cuenta, cada dólar gastado en armas es un dólar que no es invertido en el futuro de la humanidad. Es hora de repensar nuestras prioridades. La paz y la seguridad no se logran solo con gastos de defensa.

Ningún país que obre solo puede actuar eficazmente para contener el desbocado gasto militar. Se necesita de la colaboración internacional. Lograr que esta colaboración ocurra no es fácil. Pero los estadistas de altura saben que tampoco es imposible.


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