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Columna
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Lo del Tusquets

La entregas de premios en algo han cambiado para bien. Antaño veías 250 varones con copa y cigarro y 6 mujeres. La Historia ha corregido eso.

La escritora Corina Oproae.
La escritora Corina Oproae.Marta Pérez (EFE)

Tusquets Editores entregó el miércoles pasado su vigésimo premio de novela. Fui, como otras veces, a practicar el abrazo y a intercambiar cromos de la vida con gentes de letras. Ganó Corina Oproae, de origen rumano no delatado por su perfecta modulación de la lengua española. Es mujer de idiomas y de manifiestos pertrechos intelectuales, entre otros atractivos. Nos convocaron en un palacete con jardín y no llovió. Ya sé que aprovecha más comedirse en la expresión de la fortuna. Nada duele tanto a la maledicencia como la figura del escritor exento de cuitas. Me hizo gracia averiguar que uno propenso a equiparar en sus artículos premios con trampas se presentó una vez (y no ganó) al que allí celebrábamos. Estas reuniones se han transformado con el tiempo. El cambio a mi juicio más relevante es digno de encomio. Antaño veías 250 varones con copa y cigarro y 6 mujeres. La Historia ha corregido eso. Entonces fluían torrentes de alcohol y no eran insólitos los casos de famosos escritores borrachos hasta los cuernos. Ahora este y aquella te cuentan que van al gimnasio o a clases de yoga. Prevalece la cordialidad. Esto por lo visto también irrita a quienes preferirían las pedreas con insultos y las cejas rotas. Participé en una ronda de zaragozanos. No sé qué instinto infalible nos lleva siempre a encontrarnos en medio de la muchedumbre. Hablé con Juan Trejo sobre su hermana Nela, víctima de la heroína, a la que ha dedicado una minuciosa y sentida semblanza con el deseo, dijo, de “encontrar luz”, un poco como Pisón, también allí, en cuya reciente Ropa de casa algunos nos sentimos relatados. Se habló de temas importantes. Por ejemplo, de fútbol. Landero, merengue, desaprobó los malos modos de Vinicius. Vi que los miembros de mi generación tenemos metido un pie en la edad irreversible. Menos mal que Elisa Ferrer, encinta, se encargó de demostrar que por suerte la vida sigue, aunque sea para otros.

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