Un instante fundacional
El caso es que entras en la tienda como la abeja en la campánula, como se penetra en un sueño, y dentro de ese sueño pides media docena de rosas que regalarás a nadie porque estás divorciado y vives solo en un cuchitril que parece un tanatorio
Todos los días pasas por delante de esa floristería de cuyo escaparate te alejas porque, joder, no estás para flores, puta vida, la cantidad de números que has tenido que hacer para el comienzo del curso escolar de tu hija única. Que les den a las flores. Pero hoy, sin saber por qué, te has detenido a verlas asombrado ante su variedad cromática y estructural. Una abeja urbana revolotea en torno a una campánula y luego la penetra con una tenacidad alucinante, se pierde, de hecho, en sus entrañas. El caso es que entras en la tienda como la abeja en la campánula, como se penetra en un sueño, y dentro de ese sueño pides media docena de rosas que regalarás a nadie porque estás divorciado y vives solo en un cuchitril que parece un tanatorio. Como no tienes jarrón, las metes en un bote vacío que encuentras debajo de la pila.
Esa noche te despiertas de madrugada, levantas la cabeza y te llama la atención el brillo de las rosas porque la Luna, hoy, parece interesarse, desde su lejanía, por el interior de tu estudio de soltero sobrevenido. Se ha fijado en las rosas de tal modo que parece incendiarlas, ¡cómo brillan! Te levantas, te acercas a ellas, y observas, aturdido, sus pétalos, sus pétalos tan suaves como la piel de un ternero no nato. Se ordenan milagrosamente en forma de espiral alrededor del centro. Dios mío, te dices, qué prodigio de arquitectura, que talento formal, formal en el sentido de sensato, de reflexivo. Están todas las rosas, a la luz de la Luna, haciendo cábalas, jugando desde el rojo profundo hasta el naranja. Entonces te pones a llorar y piensas en las oportunidades desaprovechadas que has tenido de hacerlo, de llorar, a lo largo de los últimos meses. Mañana es sábado y vendrá tu hija, porque este fin de semana te toca hija, querido divorciado. Te preguntará por las rosas y tú qué le dirás. Piénsatelo porque, si aciertas, ese instante se convertirá en un instante fundacional de su existencia.
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