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tribuna
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Mahsa Amini, la resistencia continúa en Irán

La muerte hace hoy dos años de la joven detenida por llevar mal el velo dio lugar a unas revueltas cuya represión no ha conseguido apagar las ansias de libertad de las mujeres

Una mujer protesta por la muerte de Mahsa Amini, en los alrededores del consulado iraní en Estambul, en septiembre de 2022.
Una mujer protesta por la muerte de Mahsa Amini, en los alrededores del consulado iraní en Estambul, en septiembre de 2022.Francisco Seco (AP)
Rosa Rabbani

Las efemérides son momentos propicios para no echar en el olvido los hitos significativos de las sociedades; contribuyen a defender los derechos de los que no tienen voz por sí mismos y ayudan a generar conciencia en los que la tienen. Hoy se cumplen dos años de la revolución #MujerVidaLibertad y de la muerte de Mahsa Amini como el detonante de las revueltas que duraron semanas en las calles de Irán, país siempre pionero en las grandes revoluciones de Oriente.

Sus imágenes dieron la vuelta al mundo a pesar de las restricciones, censuras y desinformación sistemática en ese país. El grito era contra el velo (hiyab), mostrando las mujeres sus cabellos en las calles, como símbolo de rebelión frente al sometimiento al que están condenadas en todos los países regidos por la sharía.

El velo hoy ya no es una insignia cultural; es el símbolo de la opresión de las mujeres y el rol dominante y supremacista de los hombres. No se trata únicamente de cubrir sus cabezas o cuerpos, sino de recluirlas en el interior. No en vano, las leyes creadas por el clero musulmán se refieren a ellas como útero, significando que tanto reproductiva como afectivo-sexualmente el control lo debe ostentar el varón. El hiyab es sinónimo del honor femenino y rasgarlo precipitaría el tambaleo de los fundamentos del patriarcado. Las fuentes no coránicas (las tradiciones del islam) muestran una obsesión por el cuerpo femenino y legislan de tal modo que la tiranía masculina garantice la perpetuación de una sociedad injusta y cruel.

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Más de 40 años de ingeniería social imponiendo, con fuerza y represión, la subordinación femenina no han sido capaces de convencer a casi nadie de que la voluntad de Dios sea que la mitad de la humanidad esté bajo el yugo y la violencia inhumana de la otra mitad. Es, ciertamente, el mayor y más estrepitoso fracaso de todos cuantos el fanatismo islámico ha experimentado a pesar de los esfuerzos y recursos invertidos en imponer esta ideología medieval a ese maravilloso país que es Irán, Persia. Y es que cuando una sociedad ha visto la luz fuera de la caverna es imposible que quiera volver a la oscuridad.

La República Islámica de Irán es una teocracia: se sustenta sobre la jurisprudencia chií. Por ello, el problema esencial de ese país reside actualmente en que para caminar hacia la igualdad de género, la democracia, la transición ecológica y la cooperación con un mundo globalizado tendría que reformar primero esa jurisprudencia, algo que para los estudiosos de las mejores universidades del mundo (como Milani, Amanat, Atabaki, Vahman o tantos otros) parece un imposible por cuanto la teología islámica imperante en el mundo actual es premoderna y, por tanto, incapaz de responder a las exigencias del siglo XXI.

Desde las revueltas del 2022, las mujeres iraníes —en especial, las activistas—– han estado sometidas al escrutinio implacable de la Policía de la Moral, que se encuentra de nuevo en todo su apogeo e intensidad, ejerciendo una violencia brutal en las cárceles; deteniendo, torturando, agrediendo sexualmente y ejecutando como severa y sistemática venganza contra los que luchan por los derechos de la mujer. En palabras de la más reciente Premio Nobel de la Paz, la iraní Narges Mohammadi, “la República Islámica ha librado una guerra a gran escala contra todas las mujeres” como medida disuasoria de que cualquier reivindicación de los derechos de la mujer conllevará castigos ejemplares.

Sin embargo, la mujer iraní es resiliente y se halla muy preparada. Su mayoría está altamente formada; pese a los numerosos obstáculos para su educación superior, el 59% de las mujeres en Irán poseen titulación universitaria en comparación, por ejemplo, con el 49% de nuestro país; su participación en las carreras de STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) es del 70% de todos los graduados en estas disciplinas, una cifra que supera con creces las estadísticas de cualquiera de los países europeos. Sin embargo, la formación superior que se les permite como concesión para mantener la esperanza y el silencio social no se materializa en su entrada al mercado laboral debido a las condiciones del país. Tampoco se trata de una concesión para todas: las minorías se hallan excluidas y no tienen derecho a la educación superior, como bien han podido visibilizar campañas como #NuestraHistoriaEsUna, denunciando cuatro décadas de sacrificios y muerte de las mujeres que han reivindicado la libertad y la equidad.

Pero en la era de las redes sociales, en la que se retransmite en directo lo que significa vivir en libertad, las iraníes, fuertes e inteligentes, ya no van a aceptar seguir relegadas a la penumbra del interior del hogar. Y es que ha sido el cambio en la conciencia social de toda una ciudadanía, tanto femenina como masculina, lo que ha propiciado que esta revolución feminista se consolide y se haga irreversible.

Por eso resulta tan paradójico que en el Occidente libre, la extrema derecha cuestione la necesidad del feminismo igualitario y la extrema izquierda siga defendiendo que el laicismo implica respetar el degradante hiyab como icono del pluralismo.

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