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Alberto Fujimori
Tribuna
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Voltear la mirada

No solo es el Perú el que es irreconocible, el mundo entero es el que ha cambiado tanto como puede cambiarnos un incendio en casa

Familiares y amigos de Alberto Fujimori, asisten a su funeral, en Lima (Perú).
Familiares y amigos de Alberto Fujimori, asisten a su funeral, en Lima (Perú).Paolo Aguilar (EFE)

Han sido tantos años que ya no recordamos todo lo que ha pasado, por ejemplo, que tuvo de alma gemela a un gánster que corrompía a todo el país con cerros de dinero o, por ejemplo, que renunció por fax al puesto de presidente. Ahora nos llega la noticia de su muerte. No es adecuado hacer humor negro en un momento así, pero la tentación es demasiado grande. Los peruanos no podemos olvidar que lo hemos visto agonizar durante años para finalmente asegurar que volvía a presentarse para presidente, es decir, que nos había engañado más de una década diciendo que se moría, lo que finalmente ocurrió. Todos sabíamos que tarde o temprano eso se confirmaría, pero nos ha mentido tantas veces con este desenlace que no puedo dejar de dudarlo ahora que parece un hecho consumado. Revisaré mi punto de vista cuando la fosa se haya cerrado y la hierba haya crecido encima, por ahora prefiero mostrarme escéptico que creerle una vez más. No vaya a ser que el día de mañana aparezca un ticktoker con su misma cara y sus mismas promesas, asegurándonos que está listo para gobernar al país durante una década más. De hecho, algo de eso pretende cuando intenta hasta ahora, sin suerte, ser reemplazado por su propia dinastía.

Como sucede con el cuerpo humano que en unos cuantos años la lenta e indetenible mutación de células lo transforma en otro cuerpo completamente distinto, así hemos cambiado como país que lentamente deja de ser el que ha sido para convertirse en otro.

El país que somos ahora no es el mismo que el gobernado por él hace 34 años. Han sucedido tantas cosas que parecemos irreconocibles. No es cierto que entonces éramos firmes y felices por la unión, que alguna vez hayamos sido bien gobernados. Eso no es verdad, ese es el mito de la nostalgia que nos quiere contar esa historia. Ya en el 1992 éramos una república disfuncional. Su mismo arribo al poder lo confirma, sin partido y totalmente desconocido. Lo que nos parecía habitual en el país ha estallado en pedazos y ahora vivimos épocas insólitas para el viejo mundo, que nunca hubiéramos sospechado posible y parecemos haber entrado a otra etapa totalmente inédita de decadencia y desgobierno. Esto también es herencia del ilustre difunto al que hoy enterramos. Una televisión cooptada por lo peor del espectáculo, unos jueces que se entienden con esa ralea.

No solo es el país, es el mundo, un territorio que humea día y noche como una antorcha porque el número de incendios resulta incontable. Así que mejor, si todavía es posible, volteemos la mirada hacia otra dirección y aspiremos hondo el aire puro del Perú, antes de que sea imposible seguir respirando en esta tierra o, en el mejor estilo del difunto, privaticen el aire y nos cobren por respirar. No solo es el Perú el que es irreconocible, el mundo entero es el que ha cambiado tanto como puede cambiarnos un incendio en casa.

Dos irónicas casualidades lo despiden en estos días:

a. El hecho de que el desenlace ocurra el mismo día en que murió su archienemigo Abimael Guzmán.

b. Ha sido velado en el Museo de la Nación, epicentro de un colosal desborde de aguas servidas. Los asistentes al velorio, fieles partidarios del difunto, tuvieron que soportar el mal olor y el peligro de alguna enfermedad contagiosa.

¿Casualidades? ¿Justicia poética? La verdad, no lo sabemos, pero dejamos constancia del hecho para que cada quien opine según su criterio.

Luis Jochamowitz es un escritor peruano, autor de la biografía más celebrada del autócrata recién fallecido, ‘Ciudadano Fujimori’.

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