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editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lecciones paralímpicas

Los éxitos deportivos de las personas con discapacidad son un recordatorio para profundizar en su integración

Gustavo Fernández (Argentina) se abraza con Martín de la Puente (España) tras su partido de tenis por el tercer y cuarto puesto durante los Juegos Paralímpicos de París 2024.
Gustavo Fernández (Argentina) se abraza con Martín de la Puente (España) tras su partido de tenis por el tercer y cuarto puesto durante los Juegos Paralímpicos de París 2024.Javier Etxezarreta (EFE)
El País

Ayer terminaron los Juegos Paralímpicos de París tras dos semanas de competición en las que participaron 4.400 atletas. Si todo deporte es la demostración de la capacidad del ser humano de poner a prueba y superar los límites de su propio cuerpo, el deporte de personas con discapacidad lleva más allá todavía esa demostración. Sin embargo, sería un error considerar los Juegos recién clausurados como algo meramente simbólico.

La competición es parte de casi todas las culturas y los atletas paralímpicos no están solo para participar. Quieren vencer. Y han vencido. Para la historia quedarán ejemplos como el de la nadadora española Teresa Perales, que a sus 48 años se ha ido de sus séptimos Juegos con su 29ª medalla y un récord paralímpico; el de la taekwondista afgana Zakia Khudadadi, que tuvo que huir de su país por la prohibición de los talibanes de que practicase cualquier deporte y se ha llevado la primera medalla de la historia del equipo paralímpico de refugiados; de la tenista en silla de ruedas neerlandesa Diede de Groot, que tras convertirse en la primera persona —hombre o mujer, con discapacidad o no— en ganar cuatro Grand Slam individuales seguidos ha coronado su año triunfal con una medalla en París.

Y si el medallero olímpico es una medida incompleta pero útil de las fortalezas y deficiencias de la política deportiva de un país, el medallero paralímpico es una aproximación razonable no solo a la situación de esa política, sino también a la de integración en la sociedad de las personas con discapacidad, denominación que en enero pasado quedó recogida por fin en la Constitución con la ansiada reforma en el Congreso de los Diputados del artículo 49.

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España ha quedado 16ª (40 metales) en el medallero, es decir, en peldaños similares al 15º puesto de Tokio 2021 con 36 medallas. Aunque todavía queda lejos de las posiciones de Barcelona 1992 —cuando, siendo anfitriona, quedó cuarta con 107—, el deporte paralímpico español, bien equipado y financiado, es un modelo de éxito del que, modestamente, podemos enorgullecernos.

Sin embargo, cuando se amplía el foco más allá de la competición, España todavía tiene tareas por hacer por las personas con discapacidad y, también, por las que tienen que sacrificar tiempo y dinero por cuidarlas. Recae sobre todo en las comunidades autónomas la capacidad de actuar para mejorar sus condiciones de vida. Por desgracia, lo que se está viendo en varias regiones es un estancamiento e incluso un retroceso por recortes presupuestarios. Los atletas paralímpicos son una demostración de lo que pueden hacer las personas cuando se les da las condiciones para ello y, en su caso, cuando se les presta la atención que merecen. Algo que no debería suceder solo cada cuatro años.

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