Enfadar a un padre progre
No he querido leer la prensa durante las vacaciones. Tuve la tentación cuando me enteré de la vuelta de Puigdemont, pero sucumbí cuando vi un artículo de Sergio del Molino
Este verano he hecho algunas cosas importantes: velar por que dos niños no se maten, que es a lo que dedicamos buena parte de nuestro tiempo los padres de críos pequeños, leer El metal de los muertos o ver por primera vez una luciérnaga. Ninguna de ellas ha sido consultar la prensa, porque también he querido descansar de eso y porque los generalistas se me parecen a veces a El Mundo Today.
Tuve la tentación de hacerlo cuando me enteré, por la tele que había de fondo en un bar, de que Carles Puigdemont le hizo a nuestro Gobierno y a todos nosotros lo que algunos en mi instituto llamaban una pasadinha, acción consistente en pasarle los huevos por la cara al que estaba distraído. Pero no sucumbí: total, ya sabía qué iban a decir comentaristas y políticos, de los patriotas de cintura para arriba (esos a los que España les late en el corazón, pero que no les toquen el bolsillo) a los de cintura para abajo (esos que nos vienen con que la patria son los hospitales, pero cuando los independentistas quieren romper la caja común con la que se financian nos lo intentan colar como algo progresista).
El caso es que con lo del molt honorable president me pude resistir, pero no con Es hora de despertarse, un artículo de Sergio del Molino en la revista Ethic. El subtítulo dice así: así: “Importunar a los adultos de una sociedad abierta, compleja, libre y sin jerarquías fuertes es muy difícil. Cualquiera saca de quicio a un padre facha, pero hay que ser muy creativo para buscarle las cosquillas a un padre bonachón que presume de poliamoroso”.
Una de las tesis que sostiene es que enfadar a los padres progres es harto complicado, y eso explicaría que chavales a los que se les permite llevar el pelo tan largo y la falda tan corta como quieran o dormir con sus parejas en la casa familiar mientras cursan tercero de la ESO nos estén saliendo fachas. Disfruté mucho de su lectura, como de todo lo que publica Del Molino, pero me surgieron varias dudas y una pega: parece que asume que el progresismo no es una ideología, sino su ausencia; por eso en ella cabría todo. Todo menos la intolerancia, con la que habría que ser intolerante. Pero no es así. Por experiencia, sé que es relativamente sencillo enfadar a un padre progre. Y que no hace falta ni mucho menos ser Viktor Orbán para hacerlo.
Para enfadar a un padre progre basta con decirle que te has convertido al catolicismo, con ir los domingos a misa o con cuestionarle un par de mantras del ateísmo, que es una de las religiones más proselitistas. Para enfadar a un padre progre, basta con ver La Sexta a su lado y, cuando hablen de migración, preguntarle que por qué cuando se marchan sus hijos a limpiar váteres a Inglaterra es un drama, pero cuando le robamos los jóvenes como mano de obra barata a países en desarrollo lo llamamos progreso.
Para enfadar a un padre progre es suficiente con mentarle su exbeligerancia contra la OTAN, su exescepticismo con la industria farmacéutica, la Unión Europea o incluso con el PSOE, para después señalar cómo ha acabado abrazando la propaganda de todos ellos. Y no solo eso, sino sospechando del que defiende hoy la postura que antaño él sostenía. Para rematar, dile que no pasa nada; que todo el mundo gira a la derecha cuando se hace mayor.
Enfadar a un padre facha debe ser sencillísimo, pero también es muy fácil mosquear a un padre progre. Y me temo que, cuando los padres sean las jóvenes progresías del activismo de clic y el pronombre en la biografía de X, lo será aún más.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.