Fracasar de éxito
Los lectores escriben sobre las oportunidades y los deseos de vivir en los pueblos o en las ciudades, el turismo masivo y las medidas para paliar el calor
Se me supone privilegiado por haber podido estudiar fuera de mi ciudad. Tengo dos carreras, hablo cinco idiomas, me he ido de Erasmus y trabajo en la dirección de un departamento de una multinacional. Todo con 23 años. Nos han vendido que gracias a nuestros estudios y experiencia seríamos felices y tendríamos un buen trabajo. Nos han vendido que la capital y sus sueldos era la prosperidad, el futuro, el éxito. Pero creo que he crecido rápido, que me he perdido mucho por el camino: abrazos, amistades, celebraciones familiares y despedidas. Y pienso, sobre todo, si vivir en la capital es lo que quiero o lo que me han hecho querer. Pienso mucho en volver, pero a vivir, a construir. Y también pienso que volviendo me estoy rindiendo, que estoy fracasando. Fallando a mi familia que tanto ha invertido en mi educación. No sé si nos han engañado o me he engañado solo. Lo que sí se es que viviría mejor en mi tierra que en la abarrotada polis.
Ángel Fernández Merayo. Ponferrada (León)
Turistas, los demás
Si aceptamos que el turismo está provocando, entre otras cosas, que nuestros barrios y ciudades se hayan convertido en espacios en lo que no se puede vivir. Si aceptamos a los turistas como una especie invasora que provoca que el pequeño comercio desaparezca y que el precio de la vivienda esté por las nubes. ¿No sería menester aceptar igualmente que nosotros, cuando hacemos nuestro viajecito veraniego de turno, estamos machacando a otras comunidades y otros países? ¿Sólo está bien viajar cuando somos nosotros? Da la sensación de que el turista siempre es el otro, y que nosotros siempre hacemos “otro tipo de viaje”.
Daniel Soto. Madrid
Más cemento
Después de leer que el calor causó 47.000 muertos en Europa el año pasado, causa asombro y extrañeza que al lado del Colegio Público Federico García Lorca de Majadahonda (Madrid), el Ayuntamiento haya colocado una gran extensión de cemento gris. El espacio de monte verde donde crecían árboles y plantas autóctonas que protegían y daban oxígeno a los menores ha sido sustituido por un aparcamiento descomunal, que además está siempre vacío: una plancha de asfalto que esparce olor a gasolina y que aumentará el calor. Y quienes lo sufrirán serán los alumnos de ese colegio. Curiosa manera que tienen nuestros dirigentes de interpretar las recomendaciones de crear zonas verdes, islas de verdor, para paliar los efectos del cambio climático. Es una tristeza y una pena que quien tiene el deber de proteger a los ciudadanos, a los niños los primeros, actúen de esta forma tan frívola e irresponsable.
Paloma Burgos Ruiz-Peinado. Majadahonda (Madrid)
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