_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Los que se quedan

El verano y el veraneo son como las navidades pero con helados: un tiempo en el que es obligatorio pasárselo bien.

Dominic Sessa y Paul Giamatti, protagonistas de 'Los que se quedan'.
Dominic Sessa y Paul Giamatti, en un momento de 'Los que se quedan'.
Raquel Peláez

Darse un chapuzón nada más despertar, coger cangrejos con un cubo de plástico a las doce de la mañana, dormir una siesta del carnero con la barriga llena de camarones y vino blanco a la una y media, encontrarse con Onán a las cuatro y cuarto, comer un bocadillo de bacon-queso a las seis, jugar a las palas sobre la arena a las seis y media, saborear un helado de nata con nueces a las siete, beberse un gin-tonic bien cargado de hielo a las diez o cantar a grito pelado “Ave María cuándo serás mía” a la medianoche son placeres certificados por el laboratorio mundial del desahogo. Sin embargo, poco se habla del gusto inefable, de la paja cerebral y ocular que puede suponer una llorera bien echada. Agosto es el mejor mes para el llanto, porque, se ponga como se ponga T. S. Eliot, es el más cruel, sobre todo para los que no pueden verter sus lágrimas en el agua del mar. Agosto es un mes en el que los huecos que dejan los veraneantes que abandonan la urbe se llenan de fantasmas que son memoria y deseo; entonces los dolores parecen metidos en una piedra de ámbar: uno se puede permitir el lujo de mirarlos desde muchos ángulos, recrearse en ellos de una forma morbosa, sádica, masoquista y, finalmente, placentera.

No sé qué clase de bloqueo emocional me tiene secuestrada este año, pero yo llevo sin llorar desde enero, cuando una deprimente tarde invernal me metí en el cine Verdi de la madrileña calle de Bravo Murillo y vi Los que se quedan, de Alexander Payne. La película narra la historia de un muchacho que se ve obligado a quedarse una Navidad en el internado de élite que le paga su familia. Él intenta evitar pasar solo las fiestas de todas las formas posibles, pero se da por vencido cuando, tras visitar a su padre (un enfermo mental internado en un psiquiátrico) llama a su madre para que le rescate y comprende que ella no quiere verle. Acaba de casarse con otro hombre y lo último que desea es que ese molesto vástago de una vida anterior lastre su nueva existencia. Algunas llamadas telefónicas pueden ser demoledoras.

Yo nunca olvidaré aquella madrugada en la que sonó el teléfono en la casa de veraneo de Sanxenxo. Todos dormíamos, y el timbre agudo de un viejo Heraldo no cejó en su empeño hasta que por fin mi abuela, una mujer enorme de más de cien kilos, arrastró sus pies por el gres para finalmente musitar un “diga”. Alguien explicó algo terrible al otro lado, y unos alaridos desgarrados de dolor despertaron a toda la casa y aceleraron el amanecer. Lo siguiente que recuerdo es a mi madre explicarme que mi primo vendría a pasar el mes conmigo.

Tengo un recuerdo nítido de aquellas semanas: por la mañana íbamos a buscar cangrejos a las rocas, donde las mariscadoras mazaban pulpos como auténticas luchadoras de wrestling; por las tardes, a la hora de la siesta, hacíamos sombras chinescas contra las paredes para justo después bajar a la playa a jugar a las palas, comernos un bocadillo de mortadela y un helado rosa con forma de pinrel u otro negro relleno de sangre con sabor a mermelada. Una noche, mi abuela nos llevó a tomar picatostes a un hotel con una terraza desde la que se veía toda la bahía. Un hombre tocaba en un piano el Concierto de Aranjuez. Recuerdo mirarla de reojo y comprobar horrorizada lo que ya me esperaba: estaba llorando hacia adentro, mirando al mar para que mi primo no la viese. En Los que se quedan, el chico que se ve forzado a pasar las fiestas en su internado acaba creando un vínculo insólito e irrompible con el único profesor que convive con él esos días y con la oronda cocinera negra que cocina para los dos, cuyo hijo acaba de morir en Vietnam.

El verano y el veraneo son como las Navidades, pero con granizados: un tiempo en el que es obligatorio pasárselo bien. Quien lo pasa mal se siente desubicado, sordamente desgraciado, avergonzado de no participar de las glorias que a otros parecen haberles tocado. Mi primo y yo jamás hablamos de por qué vino a pasar con nosotros aquel mes. Nunca le vi llorar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_