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tribuna
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¿Un orden que se desmorona?

Keir Starmer recibe a toda Europa en el corazón de Inglaterra cuando el continente está sometido a una tensión sin precedentes

Garton Ash 22/07/24
SR. GARCÍA
Timothy Garton Ash

El jueves se reunió en el Palacio de Blenheim, en el corazón de Inglaterra, una nueva y extraordinaria versión de lo que en otro tiempo se llamó el Concierto Europeo. Más de 40 líderes nacionales de Europa, junto con los responsables de las principales instituciones internacionales de nuestro continente, mantuvieron una jornada de conversaciones. Fue la cuarta reunión de la Comunidad Política Europea (CPE), una idea del presidente francés Emmanuel Macron. La asamblea no alcanzó conclusiones conjuntas, pero fue una buena ocasión para reflexionar sobre la fragilidad de nuestro orden europeo actual.

En primer lugar, fue una gran oportunidad para que el nuevo primer ministro británico, Keir Starmer, demostrase que el Reino Unido vuelve a tener un papel protagonista en el Concierto, tal como lo tuvo durante siglos. El lugar en el que se celebró la reunión se llama Blenheim porque el terreno y el dinero para construir un palacio en él se otorgaron a John Churchill, primer duque de Marlborough, en reconocimiento por haber dirigido las tropas en la batalla del mismo nombre en 1704. Aunque la tradición inglesa la recuerda como una gran victoria sobre los franceses, en realidad fue una batalla librada cerca del pueblo bávaro de Blindheim por fuerzas británicas, holandesas, alemanas, austriacas y danesas para defender lo que aún se denominaba Sacro Imperio Romano Germánico contra los franceses y los bávaros. Es decir, una batalla en la que Gran Bretaña actuó como una potencia europea, dentro de una alianza de países europeos que luchaban contra otros.

Lo que estaba en juego, igual que ahora, eran los altos cargos de Europa. Pero, mientras que el nombramiento de Ursula von der Leyen como presidenta de la Comisión Europea se decidió mediante una votación pacífica en el Parlamento Europeo el mismo día de la cumbre de Blenheim, a principios del siglo XVIII, para decidir quién debía ser el próximo rey de España, se recurrió a un método más tradicional: la guerra. De la Guerra de Sucesión española hemos pasado a una “guerra” puramente metafórica para dirimir la sucesión en Bruselas.

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En el palacio de Blenheim, los anfitriones británicos también pudieron invitar a sus invitados continentales a ver el modesto dormitorio en el que nació en 1874 Winston Churchill, descendiente del Churchill del siglo XVIII. El Churchill del siglo XX desempeñó un papel crucial en la liberación de Europa en 1945 y después fue un visionario defensor de construir una Europa unida en torno a la reconciliación entre Francia y Alemania.

Eran, pues, el lugar y el momento perfectos para que Starmer diera un empujón al “reinicio” de la relación con la UE que su Gobierno ha emprendido con tanta energía. En una declaración previa a la reunión, Starmer dijo que “debemos esforzarnos más y de forma más ambiciosa… para que las generaciones futuras miren hacia atrás y se sientan orgullosas de lo que nuestro continente ha conseguido trabajando unido”.

Sin embargo, la dura realidad es que Gran Bretaña ya no está en la Unión y el Brexit no es fácil de revertir ni aunque el Gobierno de Starmer tuviera alguna intención de hacerlo, que no parece. Así que la pregunta fundamental sigue vigente. Nuestro orden europeo no tiene precedentes en la historia ni parangón en ningún otro lugar del mundo actual. La mayoría de los países europeos son democracias y están agrupados en diversas instituciones de cooperación pacífica y resolución de conflictos: la mayoría de ellos en la UE y la OTAN, casi todos en el Consejo de Europa y todos en una Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa que sobrevive a duras penas. ¿Pero este orden se fortalece cada vez que reacciona ante las nuevas amenazas internas y externas? ¿O está empezando a deshilacharse y desmoronarse, como pasó con todos los órdenes europeos anteriores tarde o temprano?

Además de las preocupaciones generales como el cambio climático, la IA y la inmigración, nuestro continente tiene ante sí tres grandes problemas geopolíticos: la probable reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos; la guerra de la Rusia de Vladímir Putin contra Ucrania; y el mundo posoccidental que la guerra ruso-ucrania ha sacado a la luz. Después del atentado contra Trump y el anuncio de que ha elegido a J. D. Vance como candidato a vicepresidente, parece cada vez más probable que Trump ganará las elecciones presidenciales del 5 de noviembre, tratará de obligar a Ucrania a que pida la “paz” con Rusia y exigirá a los miembros europeos de la OTAN que se ocupen más de su propia defensa. En una entrevista publicada el mes pasado, Vance dio a entender que un posible acuerdo de paz para Ucrania quizá implicaría consolidar las líneas de división territorial “más o menos cerca de donde están en este momento” y garantizar la independencia de Kiev “pero también su neutralidad”. Es decir, una derrota para Ucrania y una victoria para Putin.

En cuanto a la seguridad europea en general, Vance escribió en un artículo publicado hace poco en el Financial Times que “Estados Unidos se ha encargado de la seguridad de Europa durante demasiado tiempo”. “Ahora que vemos cómo se atrofia el poder europeo bajo el protectorado estadounidense”, añadía, “tiene sentido preguntarse si nuestra ayuda ha facilitado que Europa se haya desentendido de su seguridad”. Es una pregunta razonable. Para ser sinceros, es extraordinario que, más de 80 años después de que las fuerzas estadounidenses —junto con las británicas y canadienses— desembarcaran en Normandía para liberar a Europa Occidental del nazismo, Europa siga dependiendo tanto de lo que algunos llaman el “chupete” estadounidense [en inglés, la palabra pacifier significa tanto “pacificador” como “chupete”].

Ahora nos toca a nosotros, los europeos, ayudar a que Ucrania consiga algo que pueda razonablemente llamar victoria en 2025 o 2026 y ser los principales responsables de nuestra defensa. A pesar de las celebraciones que hubo en la reciente cumbre de la OTAN en Washington sobre el apoyo occidental a Ucrania y el aumento del gasto europeo de defensa, a Europa no dispone aún, ni mucho menos, de la voluntad política colectiva y los medios militares para lograr por sí sola el primer objetivo; y también es dudoso el segundo. La victoria de Putin no solo sería una tragedia para Ucrania, sino que provocaría la desestabilización crónica del orden europeo construido desde 1945 y ampliado a Europa central y oriental desde 1989.

El Occidente transatlántico se ha unido, en general, para apoyar a Ucrania y sancionar a Rusia, pero se ha encontrado con que China, India, Turquía, Brasil y Sudáfrica están encantados de seguir haciendo negocios con el agresor neocolonial. el presidente de China, Xi Jinping, y el primer ministro de la India, Narendra Modi, consideran que Putin es un aliado valioso. Y esas potencias no europeas, tanto grandes como medianas, tienen hoy suficiente poder económico y militar para servir de contrapeso a Occidente, por muy unido que esté. En definitiva, la guerra de Ucrania revela que hemos entrado en un mundo posoccidental.

Esta circunstancia ofrece a todos los países lo que Modi ha denominado la “multialineación”: la capacidad de cultivar vínculos distintos y cambiantes con diferentes socios en función de los intereses del país. Dentro de la propia Europa, Serbia lo hace con bastante soltura y, lo más asombroso de todo, también la Hungría de Viktor Orbán, a pesar de ser miembro de la UE y de la OTAN. La prueba son los recientes viajes de Orbán para hablar con Putin, Xi y Trump sobre una “paz” que suponga la capitulación de Ucrania. ¿Y dónde se celebrará la próxima reunión del CPE, este nuevo y cacofónico Concierto Europeo? En Budapest, en noviembre, tal vez con Trump como presidente electo.

Esta es la Europa que se reunió durante un día en los salones dorados del Palacio de Blenheim, dividida entre unos problemas externos que crean la necesidad evidente de contar con un poder europeo más concentrado y eficaz y otros internos que significan que es poco probable que lo consigamos.

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