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Columna
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Evitar una segunda Gaza

A falta de su victoria total, Netanyahu tiene ante sí la tentación de buscar en Líbano lo que la Franja le niega

Explosión en la localidad libanesa de Khiam, este martes, en medio de choques constantes entre fuerzas israelíes y de la milicia chií Hezbolá.
Explosión en la localidad libanesa de Khiam, este martes, en medio de choques constantes entre fuerzas israelíes y de la milicia chií Hezbolá.Stringer (REUTERS)
Lluís Bassets

La guerra nunca para. Ni siquiera cuando nada se mueve. Su naturaleza es dinámica. Una escalera sin rellanos, que no permite el reposo. O se sube o se baja. Si declina en Gaza, en dirección a la guerra de desgaste, asciende en la frontera con Líbano. Ni a Hamás ni a Netanyahu les conviene un alto el fuego. La destrucción y la matanza seguirán, pero menos visibles y más lentas. Ahora el esfuerzo bélico de Israel se dirige hacia Hezbolá.

Los resultados obtenidos por Netanyahu son verdaderamente magros. Solo ha liberado a siete rehenes vivos. Han caído sobre la Franja 70.000 toneladas de bombas. Han fallecido más de 37.000 gazatíes, unos 80.000 han quedado heridos o amputados, el 80% de la población ha sido desalojada de sus viviendas, asediada por la hambruna y las enfermedades. Es el éxito de la brutalidad cuantitativa. Políticamente, en cambio, ha sobrevivido. Esta es su victoria. Para mantenerla, tiene que seguir.

Robert A. Pape, profesor de Relaciones Internacionales en Chicago, ha explicado por qué Hamás está venciendo, como el Vietcong frente a Estados Unidos en Vietnam, a pesar del altísimo precio en vidas de sus combatientes y de la población (Hamas Is Winning, Foreign Affairs, 21 de junio). Operativamente, no podría repetir un ataque como el del 7 de octubre, pero alardea de dos victorias políticas sobre la montaña de muerte y destrucción en la que está enterrando a los suyos: además de reavivar la causa palestina, ha aislado internacionalmente a Netanyahu.

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A falta de su victoria total, sea la liberación de los rehenes, sea la liquidación de Yahya Sinwar, el legendario jefe de Hamás, Netanyahu tiene ante sí la tentación de buscar en Líbano lo que Gaza le niega. Sería una mínima victoria que los israelíes evacuados del norte del país pudieran regresar a sus hogares. Les sabría a poco a los socios extremistas de Netanyahu, que sueñan en extender la colonización al sur del Líbano, ya que no pueden hacerlo en Gaza. Otros no se cortan y piden la cabeza de Hasán Nasralá, el líder de Hezbolá, sin atender a las demandas desesperadas de prudencia que llegan de Washington.

António Guterres, el secretario general de Naciones Unidas, ha advertido del peligro. No hay que convertir Líbano en una segunda Gaza. El pasado abril se evitó la guerra abierta con Irán, la potencia tutelar de Hezbolá, gracias a los aliados de Israel —Estados Unidos, Reino Unido y varios países árabes— que interceptaron la lluvia de misiles iraníes en respuesta al asesinato selectivo de la cúpula militar de la Guardia Revolucionaria. La guerra es una escalera de caracol en la que subiendo o bajando se repiten las viejas atrocidades siempre con mayor intensidad y dolor. Una y otra vez, provocación y represalia, invadir y escalar, victorias que son derrotas y derrotas que son victorias. Todas pírricas, regadas por ríos de sangre.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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