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Columna
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Objetos de deseo

Los seres humanos vivimos tantos años porque nunca deseamos lo que creemos desear, de modo que vamos de decepción en decepción

Mariposas nocturnas atraídas por la luz de una bombilla.
Mariposas nocturnas atraídas por la luz de una bombilla.susandrey (Getty Images/iStockphoto)
Juan José Millás

Las mariposas nocturnas son las primas lúgubres de las diurnas. Su abdomen, peludo y grueso, no se puede ni comparar con la elegancia filiforme del de sus parientes, que dan la impresión de carecer de intestinos. He leído que las polillas utilizan para navegar la luz de la Luna y de las estrellas, con las que establecen complicadas geometrías que les permite volar en línea recta. Con las luces artificiales, por razones que ignoro, se desorientan y se mueven en torno a ellas en círculos concéntricos cada vez más cerrados hasta que alcanzan, por poner un ejemplo, la llama de la vela encendida para la cena íntima. Se produce entonces un olor a carne y a cabello quemados envuelto en un tufo como de productos químicos difíciles de catalogar.

Hay algo de inquietante en esto de que la mariposa nocturna muera al alcanzar el objeto de su deseo, que es la llama. Quizá se trate de una ley universal. Los seres humanos vivimos tantos años porque nunca deseamos lo que creemos desear, de modo que vamos de decepción en decepción, siempre empujados por aquello que supuestamente nos colmará de dicha, hasta alcanzar la muerte, que, si no el nuestro, parece ser el objeto de deseo de nuestras células desde el día mismo de su nacimiento. La muerte es nuestra llama, nuestra llama oscura, podríamos decir. Giramos a su alrededor toda la vida, en espirales que nos conducen a su centro, hasta que ardemos en su frío.

A mí me dan lástima las mariposas nocturnas, las polillas, porque me veo en su fealdad, en su desorientación, en su aturdimiento. Las imagino volando hacia la Luna, hacia la Luna llena que observo desde mi ventana. Dado que apenas viven 15 días, se quedarán tan lejos de ella como nosotros de nuestros delirios de grandeza. Son una especie animal muy desgraciada, en fin, pero procuren que no desoven en su tarro de harina porque se les llenarán las paredes de la cocina de unas larvas francamente asquerosas.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.
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