_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Desmontando a Macron

La entronización del presidente francés destruyó a los partidos, con todos sus defectos, para naturalizar la llegada de los personalismos desaforados a la política

Emmanuel Macron, durante la reunión del G7 en Italia.
Emmanuel Macron, durante la reunión del G7 en Italia.Yara Nardi (REUTERS)
David Trueba

En la última de sus obras maestras, Desmontando a Harry, el personaje de Woody Allen recibe una reprimenda de su hermana, que le acusa de carecer de valores y haberse rendido tan solo al nihilismo, el cinismo, el sarcasmo y el orgasmo. A lo que él responde: “Bueno, con ese lema podría ganar las elecciones en Francia”. Se equivocaba solo parcialmente. Veinte años después pueden ganarse las elecciones en Francia con solo dos de esos elementos: el nihilismo y el cinismo. A nadie le pueden engañar esas ficciones de reforma y moderación que la hija inteligente de Jean Marie Le Pen emprendió como forma de que el electorado olvidara la infame actitud de la ultraderecha francesa durante el nazismo y la independencia de Argelia. A día de hoy aspiran a refrendar en las legislativas su triunfo en las elecciones europeas. Habrá que tener en cuenta también los errores de sus rivales, algunos de calado profundo. Y por supuesto la aportación del presidente Macron para completar la ecuación perfecta.

Porque Macron propició una curiosa implosión de las líneas divisorias de los partidos. Su centrismo resultó en realidad una demarcación difusa entre los socialistas, a los que abandonó después de ser ministro con Hollande, y la derecha, a la que pertenecía por currículum profesional. Su entronización destruyó a los partidos, con todos sus defectos, para naturalizar la llegada de los personalismos desaforados a la política. Sus agrupaciones electorales siempre han llevado las iniciales de su nombre, fijando la nueva forma de hacer política a través del partido de uno solo. Aquello no fue una buena idea, porque cuando los liderazgos se chamuscan, y en un mundo acelerado la carbonización de los próceres es bastante más veloz que la de Julio César o De Gaulle, lo más saludable es que detrás quede un partido, con sus cargos medios, sus militantes de base, sus estructuras provinciales y vecinales. Los intelectuales también se equivocaron cuando desacreditaron la grisura de las organizaciones políticas ante la potencia de las individualidades. Esa receta, que es natural en el artista y el filósofo, no funciona en el servicio colectivo. Y duele decirlo, pero acierta un deportista, Mbappé con su llamada a evitar los extremismos, donde se equivocó un escritor como Houellebecq cuando atizaba los miedos a perder el sitio a manos de la inmigración islámica y como se equivocó Ernaux cuando quiso ver en la protesta de los chalecos amarillos y su reaccionarismo rural una justificación, de nuevo, para las violencias políticas que ya sufrimos antaño.

Francia es el país que hemos admirado rendidos durante los años más importantes de nuestra formación. Y cuando admiras no solo miras, sino que abrazas, aprendes y acoges dentro de ti. Y no vamos a parar de hacerlo. Entre otras cosas porque el oportunismo es también la receta política que se ha impuesto en España, donde sucede lo mismo que en Francia pero un poco más tarde, un poco más chapuceramente y con personajes de más raquitismo intelectual que en el país vecino. Macron está a punto de coronar una cima incómoda, la de presidir una cohabitación con la ultraderecha. El remedio es anterior a la enfermedad. Lealtad, compañerismo, aceptación de la derrota cuando se defiende lo cabal, esperanza y humildad. Ante la ausencia de todo esto, claro que sí, Woody, se puede ganar en Francia solo con nihilismo y cinismo. A los ciudadanos les quedará el consuelo del sarcasmo y el orgasmo.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_
Tu comentario se publicará con nombre y apellido
Normas
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_