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La mala salud de hierro del europeísmo

El extremismo populista avanza en Europa, pero más bien como un temporal que en modo terremoto

Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión y candidata del PPE a repetir en el cargo, celebra los resultados de las elecciones europeas.
Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión y candidata del PPE a repetir en el cargo, celebra los resultados de las elecciones europeas.Laura P. Gutiérrez (EFE)
Xavier Vidal-Folch

El europeísmo sigue mostrando una salud (casi) de hierro. La brutal alza de partidos ultraderechistas, y eurohostiles, en países clave (Francia, Italia…), apenas se matiza por su desplome en Finlandia y su revés en otros vecinos escandinavos: así que el extremismo populista avanza en Europa. Pero más bien como un temporal que en modo terremoto.

Todo indica que el cuatripartito (democristianos, socialdemócratas, liberales y verdes) que ha culminado una notable refundación de la integración europea en esta legislatura, podrá seguir imprimiendo su tono liberal-progresista a la Unión Europea. La agenda verde, la digital, las políticas de exterior y de defensa, y una política económica-social más sensata que las de la Gran Recesión de 2008/2012 podrán continuar. Adaptándose a las nuevas necesidades de los ciudadanos.

Esa previsión se circunscribe a un solo aspecto: el juego de mayorías en la Cámara de Estrasburgo. Para los asuntos fundamentales, y aun recordando la gran cantidad de ovnis y no inscritos, difícilmente se podrá armar una mayoría alternativa.

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Pero la fuerza de los clanes ultras en las otras grandes instituciones colegisladoras, el Consejo Europeo (de jefes de Estado y de Gobierno) y el Consejo de Ministros se ha multiplicado desde 2019, en elecciones nacionales celebradas desde entonces. Si entonces los renuentes a todo avance eran dos, Polonia y Hungría (y los últimos coletazos del Reino Unido en estampida), ahora se han aupado a ejecutivos o alianzas gubernamentales de media docena de miembros.

Atención, la leve pero enojosa erosión del tamaño que ostentará la mayoría europeísta, combinada con el poder extremista ya encaramado a las decisivas “cumbres” pespuntean augurios inquietantes. La primera prueba de fuego será la elección de la nueva Presidencia de la Comisión, la institución que mantiene la iniciativa normativa y el impulso de la gobernanza. No excluyamos abruptos vaivenes y vericuetos indescifrables en ese envite.

El acceso de gentes y grupos antisistema es una mala noticia para la salud de la democracia, como lo fueron las de Trump, Bolsonaro o Milei. Aunque en este caso, nadie accede a posiciones tan relevantes en el marco europeo, otra señal de la solidez del europeísmo liberal. Pero no es tan insólita. Otros episodios de estrenos iliberales, aunque no tan simultáneos (de Haider a Berlusconi y todos los líderes del Brexit) han ocurrido. Y han sido esterilizados, deglutidos o triturados por la mayoría europeísta.

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