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COLUMNA
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Nunca desprecies un paraguas

El domingo, muchos ciudadanos, incluso los tan necesitados del control de la UE como los españoles, elegirán el rechazo a la protección europea

Un hombre pasea con un paraguas con la bandera comunitaria, en Londres en 2019.
Un hombre pasea con un paraguas con la bandera comunitaria, en Londres en 2019.Tom Nicholson (Reuters)
David Trueba

El paraguas es, probablemente, el objeto más denostado de nuestro entorno. Inútil durante la mayor parte de los días del año, permanece ahí entre tirado, escondido y apartado. Hay gente incluso que afirma sin rubor que basta con que salga a la calle en un día nublado con el paraguas en la mano para que indefectiblemente no rompa a llover y se pase la jornada cargando ese adminículo inútil como un extraviado británico. Pues bien, todo esto es cierto y, sin embargo, nunca conviene despreciar un paraguas, sencillamente porque, tarde o temprano, te rescatará de un mal momento. Los malos momentos no se esperan, no se anhelan, no se fantasea con ellos. Llegan y te arrasan. El paraguas es la consagración de la callada prudencia, de la inteligencia intuitiva, esa que un día, tarde o temprano, se carcajea de lo estúpido que es cualquier algoritmo predictivo.

Pues la Unión Europea ha sido para España ese paraguas olvidado en un esquinazo del pasillo. Ha estado ahí en las muchas ocasiones en que nuestros políticos han corrompido los sistemas de control, cuando nuestros dogmas nos han llevado a perseguir la libertad de expresión, cuando nuestra sumisión a los poderes locales nos obligaba a aceptar lo inaceptable e incluso ahora, cuando hemos visto durante cinco años humillado y despojado de todo prestigio a nuestro sistema judicial. Ahí está Europa con su lenta burocracia impertinente, sus tribunales lejanos y su armazón legislativo cocinado al fuego lento del acuerdo. Según algunas encuestas, el próximo domingo muchos ciudadanos, incluso los tan necesitados de control europeo como los españoles, elegirán el desprecio al paraguas. Cuentan con no necesitarlo. Supongo que consideran que si Europa no ha logrado destronar ese pensamiento perpetuo de un nacionalismo terco y soberbio, ha llegado la hora de pasar al ataque y que sea precisamente esa nostalgia de la nada la que comience a agujerear la mejor idea que hemos tenido en 200 años, la de la unión de intereses, el trato acordado y el aburrimiento como espectáculo de convivencia.

Alguien podría preguntarse por las contradicciones que encierra esa unión de partidos ultranacionalistas de cara a las elecciones europeas. Cómo conviven los camiones de frutas volcados y la denuncia de que España explota esclavos en sus invernaderos, pronunciada por líderes de países vecinos que ahora se fingen amigos de nuestros patriotas. No digamos las fotos con un criminal de guerra como Netanyahu, antes Putin, mientras sus diputados alientan a atacar España y apoyar los movimientos independentistas en nuestro país. Y sería bueno saber cómo combina la Hungría de Orbán, proteccionista y censora, que ha degradado su poder judicial a mera comparsa, con las reivindicaciones de que jueces y fiscales han de ser independientes. Es enternecedor ver abrazarse a países del Sur, precisamente a quienes desde el Norte los tildan de zánganos y atrasados. Todo este gazpacho de intereses no acaba de cuajar, pues aviado estaría Israel si pensara que sus amigos salen de nostálgicos del nazismo o de quien acuñara aquella supuesta conspiración judeomasónica internacional. Pero mientras los queridos niños se traguen los tropezones sin rechistar, los políticos seguirán ofreciendo sopa de contradicciones como si fuera zumo de coherencia. Es divertido agujerear el paraguas, salvo cuando lo necesitas en uno de esos chaparrones inesperados, que los hay, y demasiado a menudo.

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