La Europa imposible de Nacionalistas sin Fronteras
La paradoja de los partidos de ultraderecha en la UE es que actúan como los que más odian en sus países, quieren hundirla desde dentro. Vox en el Parlamento europeo es igual que Puigdemont en el español, eso es lo gracioso
Steven Spielberg tuvo en 1993 una de las peores épocas de su vida. Durante el día rodaba La lista de Schindler, su magnífica película sobre el exterminio nazi de los judíos. Por la noche terminaba de montar Parque Jurásico. Durante el día tenía que concentrarse en describir el horror absoluto, hundirse en él. Por la noche, jugaba con dinosaurios de mentira en una fantasía de puro entretenimiento. Yo no sé cómo no acabó medio loco. O tal vez una cosa le ayudó a llevar la otra. Tampoco sé cómo no acabamos medio locos nosotros, todos. Viendo cada día las noticias y luego asustándonos el resto del tiempo con nuestros monstruitos de andar por casa. Imaginen un reportaje dentro de 20 años con este titular: ¿Dónde estabas tú el día que se aprobó la amnistía? Es que yo ya ni me acuerdo de lo que hice, y fue el otro día. Pero quizá nos pregunten lo mismo sobre otras cosas que ahora hacemos como que no vemos, y vaya si nos acordaremos, porque no hacíamos gran cosa.
Temo el día en que lleguen esas preguntas, por ejemplo: “Papá, ¿cómo es posible que no vierais venir a tipos como Orban, Le Pen, Meloni o Salvini?”. No hijo, si eso es lo peor, que los vimos venir. De Salvini siempre recuerdo que salió con 20 años en un concurso de la tele en 1993, le preguntaron por su profesión y contestó: “Nullafacente” (Que no hacía nada, un hacedor de la nada, o algo así). Pero la nada tiene muchas posibilidades si uno se pone. En realidad, seguía la estela del fundador de la Liga Norte, Umberto Bossi, que no acabó medicina, pero decía en casa que era médico y con su mujer simulaba todas las mañanas salir a trabajar, con maletín y todo. El peor de todos es Orban, y ya sé que Hungría queda lejos, y parece ajeno, pero es el modelo de todos estos farsantes que también admiran a Putin, Trump y Milei, (y supongo que en su equipo ideal también estarán el profesor chiflado y la familia Manson). Se mueven con pocas ideas muy básicas: estar muy enfadados, empanada de folklore nacionalista, los extranjeros nos invaden, no pagar impuestos y que los pobres espabilen, porque eso de la justicia social es un cuento chino. La paradoja más cómica es que se comportan en la UE como los que más odian en sus países, como independentistas. Es decir, quieren hundirla desde dentro. Vox en el Parlamento europeo es igual que Puigdemont en el español, eso es lo gracioso. En estos casos es mejor fijarse en los de fuera para comprender el efecto marciano, porque los de casa ya te resultan familiares: Orban es uno que sueña con el gran pasado húngaro, con el trauma del tratado de Trianon de 1920 que les quitó territorios, que ha chupado millones de euros europeos mientras pone a parir a Bruselas diciendo que el país debe seguir en manos de la Virgen María. Todos con estas locuras, en sus versiones locales. Los partidos europeos en los que se juntan deberían tener nombres imposibles, auténticas contradicciones, como Nacionalistas sin Fronteras, o Fascistas sin Fronteras. Por eso tienen que inventarse nombres para despistar: “Reformistas y Conservadores Europeos”, el de Vox y Meloni, o “Identidad y Democracia”, el de Le Pen (que a su vez se llama Reagrupamiento Nacional, en qué quedamos). En la serie Parlament (Filmin), divertida sátira sobre el Parlamento europeo, el protagonista se liga a una diputada sueca y luego descubre que es de ultraderecha, pero es que le engañó el nombre de su partido: Demócratas de Suecia. Hay que fijarse, porque te acuestas con un demócrata y te despiertas con un fascista.
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