Aplausos para quienes han ayudado a Vox
Santiago Abascal no gana por sus méritos, sino por la torpeza e incomparecencia de quienes podrían haberle frustrado
El pelazo de Javier Milei nos tapa la vista de lo que pasó el domingo en Madrid. La fiesta del orgullo facha puede interpretarse como una verbena estrafalaria —ay, esas masas campesinas aplaudiendo a Marine Le Pen, la candidata que promete volcar los camiones de fruta española— o como el renacer de Vox con ayuda de sus primos fortachones. Santiago Abascal comandaba un avión en caída libre de votos (salvo en Cataluña) e incapaz de reclutar cuadros fuera del pijerío ultramontano o del friquismo. A diferencia de otras, la sucursal hispana de la internacional reaccionaria no salía de su nicho. Milei, Le Pen, Meloni, Orbán y demás jefes de Estado, de Gobierno o serios aspirantes a ambos, han palmeado las espaldas flacuchas de la ultraderecha española porque saben que, como decían en La bola de cristal, solos no pueden, pero con amigos, sí.
Vox tampoco habría alcanzado ninguna relevancia sin la ayuda de sus rivales. Abascal no gana por sus méritos, sino por torpeza e incomparecencia de quienes podrían haberle frustrado. En sus agradecimientos debería pedir aplausos para sus aliados involuntarios, a algunos los enumero aquí sin ánimo de agotarlos.
El primer aplauso debería ser para los populares —la antigua derechita cobarde—, que le dieron combustible cuando tenía el depósito vacío, regalándole vicepresidencias, consejerías y presidencias de parlamentos autonómicos. Sin ese poder regional inesperado, Vox se habría hundido en sus escaños menguantes. El segundo aplauso sería para el PSOE, que prefiere tener enfrente a un Vox fiero y a un PP humillado que liderar un cordón sanitario democrático al estilo de Ajuria Enea (o de Francia y Portugal). El tercero, para la izquierda auténtica a la izquierda de la izquierda, se llame como se llame, demasiado ensimismada en despedazarse entre sí y repartirse los sueldillos institucionales como para armar un discurso social que se oponga a la demagogia ultraderechista.
Y el último aplauso, aunque no menos entusiasta, sería para todos los intelectuales que se tomaron a choteo la amenaza, carcajeándose de los que hacíamos de Pedrito (no Sánchez, el del cuento) y gritábamos que viene el lobo. Esos que empezaron militando en el rosa, pasaron al naranja y han acabado verdes. Su silencio, cuando no su frivolidad jocosa, ha abierto un agujero retórico por el que Vox ha colado mucha morralla que jamás habría llegado a la plaza pública si ciertas figuras no hubieran traicionado su compromiso cívico a cambio de un poquito de caso.
A todos, gracias en nombre de Abascal. Porque él solito no habría llegado a ningún sitio.
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