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Columna
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Porque el monstruo respira

Berlín ha reforzado el plan para proteger la democracia: va a endurecer la vigilancia financiera de los grupos ultras, los requisitos para tenencia de armas y a controlar la desinformación en redes

Stephan Brandner, Alice Weidel y Tino Chrupalla, miembros de AfD, en el Parlamento alemán.
Stephan Brandner, Alice Weidel y Tino Chrupalla, miembros de AfD, en el Parlamento alemán.Liesa Johannssen (REUTERS)
Ana Fuentes

Alemania lleva cinco años de crecimiento casi nulo y es una de las economías europeas que necesitan más inmigración. Pero al mismo tiempo la ultraderecha xenófoba no deja de crecer: los sondeos le dan a AfD un 22% de voto en las elecciones europeas del mes que viene, más del doble de lo que obtuvo en las últimas federales de 2021. Eso explica el paso que han dado las mayores empresas del país al pedir el voto para los partidos proeuropeos. Saben que boicotear a la UE tiene consecuencias directas en sus cuentas de resultados. Y que el apodo del que Alemania ha presumido durante décadas, la locomotora de Europa, se ha basado en que se les veía eficientes y estables. Gracias a eso, entre otras cosas, han podido financiarse a un coste menor en los mercados internacionales.

Las compañías están defendiendo legítimamente sus intereses, igual que lo han hecho siempre, por ejemplo, al contemporizar con China. Aunque esta iniciativa, a la que han llamado “Defendemos los valores”, tiene su riesgo porque no están llamando a sus empleados a ejercer su derecho a la participación política, sino a que voten a determinados partidos. Al margen de eso, hablan de la diversidad y la tolerancia como valor económico añadido y es clave que quienes se ocupan de los números piensen así, porque ligar la inmigración a la rentabilidad es otra forma de desmontar los bulos de la extrema derecha.

En lo político, hace varios meses que Berlín reforzó el plan que ya tenía para proteger la democracia. Va a endurecer la vigilancia financiera de los grupos ultras, los requisitos para tenencia de armas y a controlar la desinformación en redes. Alemania está concienciada con que no basta con transmitir la memoria negativa sobre el nazismo y educar en democracia. Hace unos días, el eurodiputado socialdemócrata Matthias Ecke recibió tal paliza por parte de cuatro radicales que terminó en urgencias. La inteligencia nacional afirma que el extremismo de la ultraderecha es la mayor amenaza para la democracia alemana. Al monstruo, como dice la Nobel austriaca Elfriede Jelinek, se le escucha respirar.

En febrero se cumplieron dos años desde que el canciller Scholz anunció la Zeitenwende, el giro en la política exterior y de defensa alemana a raíz de la invasión rusa a gran escala de Ucrania. Ese cambio de era supone que Alemania se recoloque en el mundo y acepte cosas que se le hacían difíciles de tragar hace unas décadas, como enviar armas a una zona de guerra. También está generando en la gente inseguridad e incertidumbre, los alimentos de la extrema derecha.

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Sobre la firma

Ana Fuentes
Periodista. Presenta el podcast 'Hoy en EL PAÍS' y colabora con A vivir que son dos días. Fue corresponsal en París, Pekín y Nueva York. Su libro Hablan los chinos (Penguin, 2012) ganó el Latino Book Awards de no ficción. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París, y es máster de Periodismo El País/UAM.
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