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tribuna
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Claves para entender la India de Modi

Bonanza económica y retroceso democrático conviven en un país que hoy celebra elecciones

modi
Nicolás Aznárez
Eva Borreguero

Siendo todavía niño, los padres del primer ministro de la India, Narendra Modi, decidieron concertar su matrimonio con la hija de una familia conocida —una costumbre tradicional en la aldea de donde provenía—. Una vez alcanzada la edad legal para formalizar la unión, Modi, que carecía de vocación familiar, abandonó el hogar y desapareció por dos años. Durante este periodo, en el que no dio señales de vida, anduvo como nómada errante, viajando por las provincias del norte del país. Cuando finalmente regresó a casa, al verlo aparecer por la puerta, la atribulada madre le preguntó dónde había estado todo ese tiempo. “En el Himalaya”, respondió lacónicamente. Acto seguido, se dirigió al centro local de la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), la Asociación de Voluntarios Nacionales.

La anécdota, recogida por el escritor británico Andy Marino en Narendra Modi: una biografía política, indica, entre otras cosas, de la devoción del primer ministro indio hacia la institución que le introdujo en la doctrina del nacionalismo hindú, organización tan relevante en la India como desconocida fuera de sus fronteras.

A menudo se compara al primer ministro indio con figuras de cariz populista como Recep Tayyip Erdogan en Turquía. Hombres fuertes de talante autoritario. Sin embargo, Narendra Modi no es un personaje que encaje con facilidad en las categorías políticas al uso. Al contrario de la divisoria populista que contrapone las “élites decadentes” al “pueblo verdadero”, el premier indio ha logrado un apoyo transversal en la sociedad más diversa y compleja que existe. A Modi lo respaldan las élites económicas —la nueva plutocracia cuya riqueza ha crecido exponencialmente bajo su mandato— pero también los sectores más pobres, castas atrasadas y los descastados o dalits, que ven en su fulgurante carrera, de hijo de un modesto vendedor de té en una estación de ferrocarril a primer ministro estelar, una trayectoria ejemplar.

Pero, sobre todo, la popularidad Modi responde a los cambios propiciados por un movimiento de reforma surgido en 1925 con la finalidad de avanzar la causa nacional india desde la identidad hindú. Se trata de la RSS, formación que a lo largo de un siglo, con algunos altibajos, ha incrementado su campo de acción hasta convertirse en el principal agente de transformación cultural del país. En esa marcha, en los años ochenta, la campaña para la construcción de un templo dedicado al dios Rama en la ciudad de Ayodhia, donde se encontraba ubicada la mezquita de Babri, encumbró al movimiento y apuntaló los pilares del nacionalismo hindú contemporáneo. Tres décadas después, el pasado mes de enero, Modi inauguró el templo de Rama, consagrando la oficialidad de la identidad nacional hindú.

La RSS cuenta con una red compuesta por más de 37.000 centros de reunión, las shakkas, donde presta ayuda social e instrucción en los valores de la hinduidad. La asociación actúa también a modo de matriz para las cerca de 40 agrupaciones afiliadas que operan en distintas áreas de interés como la empresa, la población tribal, o la diáspora india en el extranjero, y que incluye al principal sindicato de trabajadores del país, con 10 millones de afiliados, a la organización estudiantil Akhil Bharatiya Vidyarthi Parishad —considerada la mayor asociación de estudiantes del mundo—, y al triunfante partido político de Modi, el Bharatiya Janata Party (BJP). Todos juntos forman la sangh parivar, la “familia”.

Si bien las unidades afiliadas son autónomas, existe una relación de interdependencia jerárquica entre ellas y la RSS. En el caso del BJP, en las elecciones generales de 2014 y 2019, decenas de miles de voluntarios participaron en la campaña distribuyendo material electoral, elaborando estudios y asesorando en materia de tecnologías de la comunicación. El resultado fue notable, en ambos casos el partido obtuvo la mayor victoria de su historia.

Con objeto de atraer a nuevos simpatizantes y diluir los aspectos más polémicos de su ideología, la RSS ha convertido el desarrollo económico y social en leitmotiv del nacionalismo hindú. La preocupación por el medio ambiente, la atención a los problemas de la pobreza, la educación y la sanidad ocupan el centro de su discurso.

Esta mezcla de regeneracionismo religioso y voluntad de progreso coincide con el enfoque adoptado en el gobierno por Narendra Modi, con patente éxito a la vista de los logros de la última década. Si en 2014 la falta de infraestructuras de comunicación y transporte amenazaba con crear un cuello de botella, a día de hoy se han duplicado los tramos de carreteras rurales, puertos, autopistas y aeropuertos. Los programas de bienestar social, acuñados con la foto de Modi, han multiplicado por cuatro el acceso de agua canalizada en el campo, duplicado las líneas de transmisión eléctrica y prácticamente eliminado la defecación abierta —una necesidad sanitaria básica—. Las transformaciones digitales han tenido un impacto directo sobre la gobernanza con la implantación de un sistema de identificación biométrica que permite a los ciudadanos recibir ayudas directas del Estado, eliminando la figura de los mediadores, y ahorrando miles de millones en pérdidas por corrupción. A nivel internacional, la India ha aumentado su influencia global y ha sabido capitalizar la diversificación de las inversiones extranjeras inducidas por las tensiones entre Estados Unidos y China. El ejemplo más reciente, el anuncio de la colaboración entre la empresa india Tata y la taiwanesa Powerchip Semiconductor Manufacturing Corporation (PSMC) para fabricar semiconductores en el estado de Gujarat.

Un rosario de logros económicos que ha ido acompañado de un retroceso en la calidad democrática. Se acusa a las agencias de investigación criminal de actuar selectivamente contra la oposición y contra los críticos con el Gobierno. Los casos más sonoros han sido la inhabilitación del líder del Partido del Congreso Rahul Gandhi y el arresto, un mes antes de las elecciones, de Arvind Kejriwal, dirigente de la oposición. En lo social se ha formado un clima de inseguridad para los 200 millones de musulmanes del país, y pocos se atreven a denunciar los abusos de los que son objeto. La posición de la India en los índices de libertad de prensa baja.

Desde una óptica liberal, llama la atención que a la población india no parece importarle esta deriva. Antes lo contrario. Las medidas más controvertidas de la agenda del BJP y la RSS, —la construcción del templo de Ayodhia, la derogación del artículo 370 de la Constitución, o la Enmienda a la Ley de la Ciudadanía—, se han implementado con más gloria que pena. Modi es el político más popular del país, y por ende del mundo. Un valor al alza. Lo que, entre otras cuestiones, pone de relieve, primero, las prioridades de los ciudadanos. La población antepone la gestión política efectiva a los derechos individuales. Segundo, también revela el estado precario de la oposición. El histórico Partido del Congreso se muestra incapaz de ofrecer una alternativa creíble. Y finalmente, cambios en la percepción que tiene la sociedad de sí misma. La popularidad de Modi no se explica sin la labor sostenida en el tiempo de la RSS. Es el producto de una calculada estrategia de arriba hacia abajo. Pero también de una presión de abajo a arriba. Una osmosis entre un modelo de construcción nacional y una sociedad de fuertes pulsiones identitarias.

Este viernes comienzan las decimoctavas elecciones generales de la India. Las perspectivas son favorables para el BJP. A la vista del ascendiente global del país, es importante entender los cambios que ocurren en la India de Modi.

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Sobre la firma

Eva Borreguero
Es profesora de Ciencia Política en la UCM, especializada en Asia Meridional. Ha sido Fulbright Scholar en la Universidad de Georgetown y Directora de Programas Educativos en Casa Asia (2007-2011). Autora de 'Hindú. Nacionalismo religioso y política en la India contemporánea'. Colabora y escribe artículos de opinión en EL PAÍS.
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