Un dios resucita en India
Narendra Modi oficia como sumo pontífice hinduista en la inauguración del templo de Rama con la que ha abierto su campaña electoral
Narendra Modi, además de primer ministro, ha oficiado esta semana en Ayodyah como sumo pontífice del hinduismo, la religión mayoritaria de India. En esta ciudad de Uttar Pradesh, el Estado más poblado del país más poblado del mundo, ha inaugurado el Ram Mandir o templo de Rama, concebido como la Meca o el Vaticano del hinduismo, justo en el lugar donde nació, quizás hace 5.000 años o más, la séptima encarnación de Visnú y el dios más popular en la tierra de los dioses infinitos. No ha sido un acontecimiento de significado exactamente religioso, sino la apertura de la campaña electoral con la que su partido, el Baratiya Janata Party (BJP), pretende ampliar la mayoría y sumar cinco años más a los 10 que ya lleva su líder al frente del país.
El Ram Mandir se ha construido sobre las ruinas de una mezquita del siglo XVI, destruida piedra a piedra en 1992 por los militantes del nacionalismo hinduista y antimusulmán que ha terminado con la hegemonía laica y pluralista del Partido del Congreso, fundador de la Unión India. Fue una provocación sangrienta, que incendió el subcontinente con disturbios en los que murieron 2.000 personas. Si bien el Tribunal Supremo declaró ilegal la demolición, luego autorizó la construcción sobre las ruinas del templo que ya es el emblema de la nueva hegemonía política del hinduismo político. Quedó claro que en India la coacción, la fuerza e incluso las matanzas proporcionan ventajas a quienes las promueven. Modi tiene experiencia, como primer ministro del Estado de Gujarat, de sus rendimientos electorales en este tipo de enfrentamientos. En los que se produjeron en 1992 bajo su responsabilidad de gobierno murieron también casi 2.000 personas y le procuraron la acusación de complicidad tras una investigación oficial, además de la denegación de visado para Estados Unidos.
Tres décadas ha tardado en aparecer el dios y protagonista del Ramayana, el monumental poema épico sobre la vida de Rama. Es un milagro de una fe que es religiosa y política, pues son pocos los que pueden dudar ahora en India de la existencia histórica de un personaje tan venerado. Esta creencia tan poderosa concuerda con los fundamentalismos, las políticas identitarias y las invenciones falsamente históricas que vemos en países como Rusia, China, Turquía o Israel. La India de Modi quiere ser un país puro, como el Pakistán de la partición en 1947, que quiso ser solo musulmán. Cancela un pasado que no es únicamente el de la colonia británica, sino también musulmán, pero en los hechos es el pluralismo lo que destruye.
“Solo un dios puede salvarnos”, declaró el filósofo Martin Heidegger ya anciano. Modi lo ha encontrado y se ha erigido en su sumo sacerdote, en una operación de relentes totalitarios, que mezcla religión y Estado, nación y fe, en sintonía con las peores pulsiones identitarias y xenófobas que proliferan por doquier.
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