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Tribuna
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Un terremoto electoral anunciado en Portugal

La irrupción de la ultraderechista Chega con 50 diputados en el Parlamento demuestra que ha logrado canalizar la radicalidad de los desencantados, a pesar de no tener respuestas realistas a los problemas

Tribuna Costa Lobo 27 marzo
MARTÍN ELFMANN

El pasado 10 de marzo se produjo un terremoto electoral en Portugal. El Partido Socialista (PS), en el poder desde hacía ocho años, sufrió una dura derrota, al igual que la izquierda parlamentaria. El desgaste que sufrió el PS en las urnas fue muy relevante, pues pasó del 42% al 28% de los votos. Con todo, la coalición de derechas, Aliança Democrática (AD), que incluye al principal partido de la oposición, el PSD, liderado por Luís Montenegro, no mejoró significativamente sus resultados, al obtener el 29% de los votos, prácticamente los mismos que en 2022. En cambio, el partido que más réditos electorales obtuvo fue Chega, que pasó del 8% al 18%, superó el millón de votos y consiguió 50 diputados (de un total de 230), en el año en que se cumple el 50 aniversario de la Revolución de los claveles del 25 de abril.

El porcentaje combinado de votos para los dos mayores partidos parlamentarios ha sido el más bajo desde 1985, lo que marca el fin del bipartidismo electoral. Además, el aumento de votos en favor de Chega demuestra una enorme volatilidad electoral y un voto nuevo, sensible a los temas promovidos por este partido como la corrupción, la seguridad y la inmigración. La derecha no alcanzaba el 60% de los votos desde 1991. Manteniendo la palabra que había dado durante la campaña, en la misma noche electoral Montenegro reiteró que AD impondría un cordón sanitario a Chega, formando un Gobierno minoritario en la Asamblea de la República.

Aunque aún no se sepa exactamente cómo se produjo el trasvase de votos, el enorme crecimiento de Chega coincide con un significativo aumento de la participación electoral, lo que indica que muchos votantes de ese partido provienen de la abstención. Además de los abstencionistas, Chega parece haber atraído a votantes del PSD y del PS. Las encuestas a pie de urna demuestran que el PS fue incapaz de movilizar a los votantes jóvenes, que se inclinaron mayoritariamente por la derecha. Se trata de señales preocupantes para el futuro de los partidos tradicionales y del Partido Socialista en particular. Las razones inmediatas del resultado electoral de 2024 se derivan de la acumulación de una sucesión de fracasos políticos.

La anunciada fragmentación del Parlamento portugués, que comenzó en 2019 con la entrada en el Parlamento de Chega, Iniciativa Liberal y Livre, así como con la consolidación del PAN (Pessoas Animalis Natureza), se prolongó en 2022, pero la mayoría absoluta que obtuvo ese año el PS frenó la prevista fragmentación parlamentaria, porque el electorado de izquierda se movilizó para posponer temporalmente una mayoría de derechas, con Chega ya en claro ascenso.

En las elecciones de 2022, António Costa fue un elemento clave en la victoria de los socialistas. El PS obtuvo el 41%, por delante del Partido Socialdemócrata (PSD), de centroderecha, con el 29%. Sin embargo, el Gobierno del PS no tardó en revelar su cansancio. Estuvo marcado por la escasa renovación ministerial respecto a 2022, por numerosas dimisiones de miembros del Gobierno y por su incapacidad para dar respuesta a las necesidades operativas del Estado de bienestar y a la inflación. Las protestas fueron acumulándose, desde la educación hasta la sanidad, pasando por las fuerzas de seguridad, con demandas de aumentos salariales y mejoras profesionales, lo que supuso un gran desgaste. Hubo avances significativos en relación con el control del déficit y la deuda, que el Gobierno nunca se cansó de resaltar, pero la evolución de estos indicadores macroeconómicos no impidió que la popularidad del Gobierno se redujera. Otros temas, como la crisis de la vivienda y el aumento de la inmigración, se han convertido asimismo en cuestiones políticas de notable eco. El presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, que apoyó decididamente al PS y a António Costa durante su primer mandato, fue cambiando de posición desde su reelección en 2021. La mayoría absoluta en 2022 tuvo que hacer frente a un presidente de derechas menos conciliador, y hubo frecuentes enfrentamientos públicos entre el jefe de Estado y el jefe de Gobierno.

En ese contexto de claro desgaste gubernamental, la mañana del pasado 7 de noviembre, siguiendo órdenes de la Fiscalía, la policía realizó una serie de registros en la residencia del primer ministro y detuvo a su jefe de Gabinete y a un asesor cercano. Ese mismo día, António Costa dimitió alegando falta de condiciones políticas para el ejercicio de su cargo. Desde esa fecha, la Fiscalía ha aportado poco o nada en concreto sobre posibles pruebas en relación con la conducta del primer ministro o de su entorno. Sin embargo, la forma en que terminó la legislatura mantuvo el tema de la corrupción en el centro de la campaña electoral, favoreciendo a Chega. Sin Costa, el PS, con el nuevo liderazgo de Pedro Nuno Santos, no pudo despegarse del difícil legado de los ocho años de mandato socialista ni presentar un nuevo rumbo para Portugal. De hecho, las listas del partido incluían a muchos miembros del Gobierno, en una clara señal de continuidad.

Las pérdidas de votos del PS tampoco han beneficiado a los demás partidos de izquierda, a excepción de Livre, que subió dos puntos porcentuales. Mientras que el Bloco de Esquerda (BE) mantuvo su resultado de 2022, un mero 4%, los comunistas (PCP) parecen encaminarse a un irreversible declive, y su coalición con los verdes apenas logró el 3% de los votos. Tras aceptar integrarse en la geringonça (alianza parlamentaria con un Gobierno minoritario del PS) en 2015, tanto el BE como el PCP sufrieron caídas electorales sea en 2019 como en 2022. La forma en la que decidieron retirar su apoyo al Gobierno minoritario del PS en 2022, en un último intento de independizarse de los socialistas, solo les granjeó pérdidas de votos.

Hace ya tiempo que los estudios electorales han demostrado que las actitudes populistas radicales de la derecha radical estaban ampliamente difundidas entre los portugueses. La cuestión es que ese populismo no lo canalizaba ningún partido considerado creíble. La entrada de Chega en el panorama político de Portugal se produjo tras la ruptura de André Ventura con el PSD, en el que militaba. En 2019, este nuevo partido seguía defendiendo acabar con el Estado de bienestar, es decir, el fin de la educación y de la sanidad públicas, junto con ideas nacionalistas alineadas con los partidos más euroescépticos del continente. En 2022, Chega ya había eliminado de su programa todos los puntos económicos ultraliberales, alineándose a la izquierda en su posición frente al Estado, haciendo promesas indiscriminadas de aumentos salariales y de pensiones, sin atender a la irresponsabilidad de las propuestas. Respecto a los restantes asuntos, André Ventura y Chega adoptan posiciones relativas a la corrupción, la inmigración o la seguridad cercanas a una parte importante del electorado. La veta racista, xenófoba y autoritaria del partido persiste, aunque de forma más disimulada.

Desde 2019, la crisis de los medios de comunicación ha facilitado la legitimación de Chega y de su líder André Ventura, al otorgarle un peso desproporcionado, al mismo tiempo que este se muestra muy activo en las redes sociales, a diferencia de otros líderes políticos. El hecho de que Luís Montenegro no estuviera en el Parlamento en la legislatura que ahora finaliza ayudó a que André Ventura destacara en su papel de principal diputado de la derecha contra el PS en la Asamblea de la República.

El peso de Chega en el Parlamento supone una transformación del rompecabezas político en Portugal y, como mínimo, planteará dificultades al Gobierno minoritario de Luís Montenegro, si es que no llega incluso a poner trabas a todo el sistema democrático. Chega es producto de la erosión democrática portuguesa, de factores tanto antiguos como recientes. A pesar de haber contribuido a reducir la abstención, Chega contribuirá probablemente también a agravar la erosión democrática, sea por su forma de defender posiciones antidemocráticas frente a determinados grupos sociales, sea por la agresividad de su líder, que ya ha contagiado a todo el espacio mediático, sea por la forma en que propaga soluciones poco realistas a problemas complejos y estructurales de la sociedad portuguesa. Chega no tiene respuestas a estos problemas, pero muchos votantes optaron por él. Sea porque algunos de ellos han abandonado la postura responsable que habían mantenido estoicamente desde el comienzo de la crisis de la eurozona, en protesta contra la ineficacia política de los partidos sistémicos, o porque reconocen en Chega actitudes que antes no estaban representadas en el espacio político portugués. El desafío para los partidos tradicionales estriba en conseguir reconciliarse con este electorado.

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