Julian
Si a usted un subordinado del presidente del Gobierno le filtra 10 noticias y la exclusiva es que el subordinado se las filtra, algo falla
Esta escena ocurre el martes 19 de junio de 2012. Julian Assange pasea por la habitación de un hotel de Londres fumando un pitillo. Se ha teñido de castaño rojizo el pelo y de negro el bigote y la perilla. Se ha colocado en los ojos lentillas de color claro para sus ojos. Y lleva dos pendientes, uno en cada oreja, gafas de sol oscuras y una cazadora de motero. Su madre, a su lado, le escribe una nota: “Te quiero. ¿Dinero?”. Assange se acerca a su oreja y le dice: “Todo bien”. Al rato, Assange se desliza en silencio por el pasillo de hotel, se sube a una moto que le espera y se dirige a la Embajada de Ecuador en Londres. Allí permaneció encerrado siete años.
Txema Guijarro, entonces responsable de una unidad de inteligencia que trabajaba para la Cancillería de Exteriores de Ecuador, le contó hace años su historia al periodista Héctor Juanatey, que publicó en Libros del KO El analista. Un espía accidental en el caso Assange y Snowden. Guijarro fue la sombra de Assange el suficiente tiempo como para que el lector no se conmueva por el grado de soledad y paranoia en el que terminó el fundador de WikiLeaks. Es inhumano pensar que los pecados con los que carga merecen una persecución de más de 15 años. Stella Assange, mujer de Julian, sobre la extradición frenada este martes: “Lo que han hecho los magistrados es invitar a Estados Unidos a que haya una intervención política y envíen una carta asegurando que todo está bien”.
WikiLeaks tuvo un punto de pasión, y de denuncia salvaje de las sombras de nuestras limpias democracias, hasta que los periodistas se dieron cuenta de que detrás de los cables había una gran novedad: la filtración. Si a usted un subordinado del presidente del Gobierno le filtra 10 noticias y la exclusiva es que el subordinado se las filtra, algo falla. La carta de Estados Unidos no será la carta del cuento de Edgar Allan Poe, porque esa es el propio Assange, escándalo a la vista de todos en el que se repara cada cierto tiempo, porque muchas veces la mejor forma de tapar una injusticia es dejarla a la vista de todos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.