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TRIBUNA
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Muera Durango y viva la rima

La poesía no nació solo de la observación de la belleza y el dolor, sino de algo tan elemental y pretecnológico como la ausencia de alfabetización

Uno de los pasquines anónimos vallisoletanos que se conservan en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid.
Uno de los pasquines anónimos vallisoletanos que se conservan en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid.ESPAÑA. MINISTERIO DE CULTURA. ARCHIVO DE LA REAL CHANCILLERÍA DE VALLADOLID, CAUSAS SECRETAS, CAJA 29,22
Lola Pons Rodríguez

El 26 de agosto de 1794 un vecino de Valladolid llamado Manuel de Ana salió temprano de su casa y se topó con un tal Bustamante, vendedor de azúcar. Manuel de Ana era repostero, así que conocería seguramente a Bustamante por su trabajo. Bustamante iba riéndose y Manuel de Ana le preguntó por qué, a lo que Bustamante contestó que acababa de pasar por la plaza de la argolla y que había visto colocado allí un pasquín que insultaba a un empresario local, Francisco Durango, famoso dueño de una fábrica de harina. Ambos acudieron juntos a la plaza y arriba de la argolla vieron el papelito, que decía, en torpe letra manuscrita: “Muera Durango y la picotera de su mujer, que nos tiene sin granos que comer”.

Bastó este papel escrito con 15 palabras para que se iniciara una amplia pesquisa judicial de la que ha quedado registro en el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. El auto con las sucesivas declaraciones de testigos nos pinta la recepción primera que tuvo el papelito. Reconstruimos a partir de ellas que el repostero chismorreó con el vendedor de azúcar y que ambos fueron a comprobar curiosos si allí seguía el papel. El repostero posiblemente compraba la harina a Durango, quién sabe si alguna vez se quejó de cómo se estaban fijando los precios a mayor beneficio del empresario.

A lo largo de esa mañana, ocurrió lo de siempre: que las habladurías son la gota de vino en el agua, que se propaga rápidamente. Bastó solo un papel en la fachada de la argolla para que dentro de las casas vallisoletanas los muros albergasen voces que cuchichearon en ese mes de agosto sobre Durango y sus negocios. El revuelo no acobardó al anónimo autor de la amenaza, que reincidió a los pocos días para escribir, otra vez en un pasquín, otra vez fijado a la pared: “Si Durango no socorre a España con el harina, sin remedio ha de morir muy pronto en la guillotina. Si su mujer picotera no conviene en lo pedido, será preciso que lleve el premio de su marido. Y cuidado”. Pobre Durango el rico.

La existencia de una próspera fábrica de harina en el pueblo de Monzón de Campos estuvo asociada al nombre de Francisco Durango, que se dedicaba desde el año 1760 a vender productos de los que entonces ya se llamaban “coloniales”. La condición humana es previsible: posiblemente Durango suscitó, con mayor o menor razón, descontento entre sus vecinos molineros y cultivadores de trigo, y hubo alguien que en la oscuridad de la noche lo quiso amenazar con estos dos pasquines, no solo a él: también a su mujer, un personaje silenciado en los documentos de esa harinocracia vallisoletana. Los dos pasquines la descalifican como picotera, es decir, la persona que habla mucho y sin sustancia.

Este aviso de la guillotina muestra una tempranísima documentación de la palabra guillotina. Joseph-Ignace Guillotin inspiró el uso del atroz artilugio en la Asamblea francesa durante la revolución de 1789. En España se difundió la noticia de su empleo en la última década del XVIII y en 1794 el oscuro autor de estos pasquines estaba ya enarbolando la guillotina para intimidar a Durango; los odios vecinales habían aprovechado esa novedosísima palabra para sus amenazas.

Nuestra historia judicial alberga muchos pleitos por pasquines y libelos, pero no siempre se conservan los documentos que dieron origen al conflicto. Aquí sí, y eso es un azar afortunado que ayuda a entender mejor el suceso. He mostrado estos anónimos, custodiados y digitalizados en los archivos de la Real Chancillería de Valladolid, en alguna conferencia y los reproduje en una exposición que comisarié en el Instituto Cervantes de Nueva York en 2022.

Fueron textos amenazantes, sí, aunque ahora me resultan enternecedores, sobre todo porque hay algo en que se repara poco cuando se investigan pasquines insultantes: son versos, riman. Cuando la escritura adopta esta forma de rítmica comunicación se está asegurando una mayor pervivencia en la memoria de los iletrados. Quienes sabían leer dirían estos versos en voz alta y, en una sociedad masivamente analfabeta como la del siglo XVIII, los no letrados los retendrían mejor gracias a la rima, que actuaba de fijador y de garante de la difusión.

Yo entiendo que antes de ayer, en el Día Mundial de la Poesía, nadie haya recordado rimas como esta, porque no entra en la categoría de poema el deseo de alguien de que un tal Durango se muera. Pero en este inicio de la primavera, estación tan propicia a la lírica, afirmo que la poesía no nació solo de la observación de la belleza y el dolor sino de algo tan elemental y pretecnológico como la ausencia de alfabetización. La poesía creció con la necesidad de preservar lo que se decía y de facilitar su transmisión.

Los de Durango son solo unos ripios nacidos del resentimiento y enmudecidos por el tiempo pero fueron casi coetáneos de un enunciado reivindicativo que también se apoyaba en la rima: la historia convirtió en lema oficial de la República Francesa la consigna “Liberté, égalité, fraternité”, elevada hoy a máxima en defensa de los derechos sociales. Sí, son solo tres palabras, pero es un buen poema.


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Sobre la firma

Lola Pons Rodríguez
Filóloga e historiadora de la lengua; trabaja como catedrática en la Universidad de Sevilla. Dirige proyectos de investigación sobre paisaje lingüístico y sobre castellano antiguo; es autora de 'Una lengua muy muy larga', 'El árbol de la lengua' y 'El español es un mundo'. Colabora en La SER y Canal Sur Radio.
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