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Columna
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Tiro en ráfaga, el fiasco del PP

La táctica de guerra sin cuartel, de no hacer prisioneros, de ataque ansioso, sin descanso, no conduce a nada… más que a consolidar al rival en sus peores momentos

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante la reunión de su partido en Córdoba, este domingo.
El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, durante la reunión de su partido en Córdoba, este domingo.rafa alcaide (EFE)
Xavier Vidal-Folch

La metralleta paraliza un rato, incluso largo, al enemigo. Era el fuego granizado de los búnkeres nazis en Normandía contra los aliados que desembarcaban a pecho descubierto. Es un modo aterrador, causa bajas, sirve incluso para madurar un ataque más focalizado contra el cogollo más débil del rival. Pero ¿quién recuerda una guerra ganada con este disparo táctico? Le sucede lo que al bombardeo aéreo: ablanda el terreno, no lo conquista. Así lo aprendió West Point en Vietnam.

Quizá convenga al PP repensar su táctica de guerra sin cuartel, de no hacer prisioneros, de ataque en ráfaga, ansioso, sin descanso: lleva tiempo en eso y no le conduce a nada… más que a consolidar al rival en sus peores momentos. Miren a Wellington en Waterloo: destruyó a la invencible Guardia de l´Empereur con la munición justa, racionando fusilería, prevaliéndose de su posición más alta, esperando el error del fatuo Ney y la llegada del refuerzo austro-prusiano.

Los dos últimos años de la última legislatura se emplearon en un dilapidador dispendio de cartuchos vacíos contra la política económica. Hoy era inútil. Mañana iba contra el pueblo. El finde, las cifras eran optimistas y vacuas. Pasado mañana, faltaba rigor fiscal. O sobraba la excepción ibérica. Y al otro, éramos el farolillo rojo del convoy europeo. Qué lastimoso gasto salivar. Quedó en nada: salvo el mejor resultado entre los grandes de la eurozona en crecimiento del PIB, en inflación y en crecimiento meteórico del empleo.

Luego, la frustración pueril del sísifo que sigue sin llegar a la cima conducía, como a Donald Trump, a deslegitimar al oponente, a criminalizar a sus aliados. A fabricar un fantasma que al cabo no parecía molestar tanto a sus votantes, el sanchismo. Y el éxtasis llegó con la amnistía. Cuánta suela de mocasines Icone o Guillaume abrasada en las frías plazas de la patria. Inútil también, y dañino, porque a sus aguirres y ayusos se les ponía cara de abascales, el terror de los niños bien… educados.

Así que rizaron el rizo y malmetieron en el Senado, convirtiéndolo en pudridero de insultos. Fueron a Europa —así lo dicen, cuando Europa está aquí— a lanzar imprecaciones desde Estrasburgo contra su propio país, insólito denuedo antipatriota. Y a pedir una reprimenda al Gobierno desde la Comisión de Venecia. Naranjas de la China. La entidad vinculada al Consejo de Europa apoyó la amnistía (criticando alguno de sus modos, faltaría) y el texto sale inmaculado. Hasta tal punto que cualquier tribunal que lo ataque (habrá uno) pinchará hueso y se trocará en irrelevante.

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