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Columna
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Genocidio o crimen contra la humanidad

Es inocultable el objetivo de la extrema derecha de Israel. No es terminar con Hamás, sino con Palestina

Una multitud de gazatíes corría a recoger la ayuda lanzada en avión sobre la Franja, el miércoles.
Una multitud de gazatíes corría a recoger la ayuda lanzada en avión sobre la Franja, el miércoles.Ibraheem Abu Mustafa (REUTERS)
Lluís Bassets

Las dimensiones de la matanza son apocalípticas. El sufrimiento indecible. Como hormigas aplastadas mueren los palestinos. ¿Qué más da si es un genocidio espantoso o un monstruoso crimen contra la humanidad? Tiempo habrá para dilucidarlo, y también tribunales internacionales. Y si no hay ni una cosa ni otra, será porque esta guerra abrirá las puertas de un infierno sin fin, nuestro futuro. Lo que ahora interesa es parar de una vez la destrucción y el asesinato en masa. Conseguir la liberación de los rehenes y la retirada del ejército israelí. Evitar el horror interminable que está convirtiendo a Gaza en un colosal cementerio.

No hay legítima defensa que valga. Netanyahu ha superado cualquier margen razonable con su respuesta al brutal ataque del 7 de octubre. Las milicias de Hamás pueden lanzar todavía algún errático misil, pero su capacidad de ataque se agotó entonces. Todo lo que le queda son los rehenes y la capacidad de sufrimiento de los palestinos sometidos a su dictadura y encarcelados en la prisión al aire libre más grande del mundo, ahora inmenso campo de ruinas y cadáveres.

Es inocultable el objetivo de la extrema derecha de Israel. No es terminar con Hamás, sino con Palestina. Reducir su población por la expulsión y el exterminio. Desposeerla de alimentos, sanidad e higiene hasta la inanición y la muerte. Destruir sus viviendas. Negarle el auxilio de las organizaciones de Naciones Unidas, estigmatizadas como antisemitas y colaboradoras del terrorismo.

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Si de algo quieren defenderse los extremistas israelíes es de un futuro en paz y seguridad en el que convivan judíos y palestinos en igualdad de derechos. Solo entienden colmada su respuesta vengativa con la desaparición de la causa palestina. No hay nada a negociar en su visión de Israel. Lo quieren todo para ellos, territorio y derechos, individuales y colectivos, y nada para quienes no son judíos. Eso es la victoria total que quiere Netanyahu.

Dos escuelas tipifican estos hechos. La de Rafael Lemkin, el jurista que inventó el concepto de genocidio, y la de Hersch Lauterpacht, que prefirió el término de crimen contra la humanidad. Lo ha contado maravillosamente Philippe Sands, abogado y escritor, en su Calle Este-Oeste. Dos juristas polacos y judíos fueron los que sentaron las bases del derecho penal internacional que permitió juzgar a los criminales nazis. El genocidio es el asesinato de alguien motivado por su pertenencia a un grupo humano caracterizado, mientras que el crimen contra la humanidad incluye un amplio catálogo de atrocidades entre las que se halla el exterminio, la esclavitud, la tortura, las deportaciones, la violación o el apartheid, sin que se requiera indagar sobre la intencionalidad sino meramente sobre los hechos.

Hay que mantener la esperanza. Algún día los tribunales juzgarán. Mientras tanto, solo una complicidad culpable permite mirar hacia otro lado o cerrar los ojos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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