La realidad hace agua
Me he pasado la vida recomponiendo imaginariamente el mundo. Con resultados más bien pobres, todo hay que decirlo
Si el mundo fuera un traje, tendría rotas sus costuras. Esto es lo que pienso al contemplar la chaqueta recién adquirida, de la que se ha despegado media manga. Vuelvo a la tienda y me dicen que la chaqueta estaba bien, que quizá yo mismo la he forzado al meter el brazo. No admiten la devolución, en fin. De vuelta a casa, se me ocurre imaginar qué ocurriría si intentáramos devolverle el mundo a Dios.
—¿Qué le pasa al mundo? —nos preguntaría.
—Que está mal cosido.
Me temo que Dios nos diría lo mismo: que lo hemos roto nosotros al ponérnoslo.
El caso es que busco la cesta de la costura, de la que tomo un hilo y una aguja y me pongo a recoser la manga de la chaqueta con paciencia. Como trabajo sin dedal, me acabo haciendo una herida en la yema del dedo, pero no desisto por eso de arreglar la prenda poniendo en ello el mismo empeño que si arreglara el mundo. La chaqueta ha devenido metáfora del mundo. Ayer fue el desagüe de la cocina y anteayer la cisterna del retrete: no dejo de arreglar cosas con la esperanza de que se arregle el mundo. En mi casa, cuando era pequeño, las sillas del comedor estaban siempre descolocadas porque éramos muchos a desordenar. Mi familia se había acostumbrado al caos y parecía vivir a gusto en él. Pero a mí el caos me volvía loco, de modo que me pasaba la vida acomodando las sillas y quitando las arrugas del mantel. Las yemas de mis dedos recuerdan todavía el tacto de aquella tela en cuyos pliegues hallaban refugio las migas de pan.
Me he pasado la vida recomponiendo imaginariamente el mundo. Con resultados más bien pobres, todo hay que decirlo. De adulto, hallé consuelo en la sintaxis. Pensaba que, si escribía con pulcritud, mejoraría la hechura de la realidad. Pero me he equivocado en algo porque la realidad hace agua (mejor que aguas, no lo corrijan, se lo ruego) por doquier. La manga de la chaqueta, sin embargo, me ha quedado de cine.
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