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Anatomía de Twitter
Columna
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‘Saltburn’: cómo desactivar el odio a los ricos

La provocadora película de Emerald Fennell sobre un intruso entre aristócratas británicos se ha convertido en el fenómeno del que todos opinan

Venetia (Alison Oliver), Felix (Jacob Elordi) y Oliver (Barry Keoghan), en un momento de 'Saltburn'.
Venetia (Alison Oliver), Felix (Jacob Elordi) y Oliver (Barry Keoghan), en un momento de 'Saltburn'.Chiabella James (Chiabella James/Prime Video)

O la odias o amas odiarla. Desde que se estrenó directamente en Prime Video el pasado 21 de diciembre, Saltburn se ha convertido en el fenómeno revelación de la despedida de año, la película más comentada y que más atención secuestra en X. Todo el mundo tiene su particular lectura sobre la cinta dirigida por Emerald Fennell en la que Oliver Quick (Barry Keoghan) —un estudiante aparentemente marginal que, no sabemos cómo, ha podido matricularse en Oxford—, pasa el verano en Saltburn, el imponente castillo en el que reside la familia aristócrata de Felix Catton (Jacob Elordi), el amigo insultantemente guapo que lo ha adoptado por caridad en su grupo de insoportables y privilegiados universitarios. Oliver no solo se convertirá en un parásito en ese escenario de ostentación, también buscará escalar socialmente a través de la seducción (física y mental) de todos y cada uno de los miembros de esa familia que trata a los pobres como bufones de su corte.

Con dos nominaciones a los Globos de Oro —una para Barry Keoghan como mejor actor de drama y otra para Rosamund Pike como mejor actriz de reparto en drama—, se podría decir que, aunque esté ambientada en 2006, Saltburn es la película más 2023 del año. El paradigma de cómo la producción cultural se disocia de su significado para generar uno nuevo en redes que, a su vez, favorezca una campaña de marketing gratuita y feroz, adaptada a la emoción polarizada y la semántica conversacional en la esfera virtual. Ya pasó en verano con Barbenheimer, cuando la mejor promoción fue tener que elegir bando escogiendo alguna de las dos películas que se estrenaban el mismo día (Barbie y Oppenheimer). La cosa es que con Saltburn, precisamente, todo parece orquestado desde su guion para este fin. Para que funcione con memes y tuits encendidos sobre la película. ¿No estaban esos planos musicales y etéreos de Jacob Elordi pensados para epatar a las fancams de TikTok? ¿Y esos diálogos que parecen ilógicos y metidos con calzador, pero que después encajan como aforismos perfectos para viralizarse —así ha pasado con el “Fui lesbiana por un tiempo, pero al final todo era demasiado húmedo; los hombres son secos y adorables” que anuncia, porque sí, Lady Espelth (Rosamund Pike)—? ¿No es esta una película en la que la forma prima sobre el fondo, una que funciona más como un caótico scroll de vibraciones bellas, pero con sobredosis de cringe (repelús)? ¿Para qué sirven todas esas secuencias provocadoras, sino para ser aisladas y explotadas sin descanso en nuestros feeds, momentos que de tanto referenciarse, den ganas de poner la dichosa película y ver de qué va todo eso que a la gente le produce tanta diversión o asco?

Ya sabíamos que las sátiras sobre odiar a los ricos no suponían ninguna amenaza para el poder. Que la función de series como The White Lotus, Succession, o películas como El menú o Triángulo de la tristeza, era la de ofrecer consuelo a un público cansado de ver la impunidad de los superricos en la vida real. Pero tenía que ser una integrante de ese reducido círculo de poder la que desactivase el sentido a todas estas nuevas ficciones. Fennell también estudió en Oxford y es hija de Theo Fennell, un millonario joyero británico salido de Eton, de los favoritos de Elton John e íntimo de Keith Richards. No sorprende que en su película los verdugos, en realidad, sean las víctimas ¿Comerse a los ricos? Eso ya no se lleva. Mucho mejor distraerse con escenas altamente estéticas en las que el populacho chupa el semen olvidado de sus majestuosas bañeras.

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