El Gobierno debe explicarse como en una canción de Morricone
El Ejecutivo necesitará algo más que carisma y choque si quiere atravesar con éxito el nuevo ciclo electoral. Su impulso reformista no puede quedar reducido a una cuenta de resultados, sino que debe narrarse
Todo era muy diferente a mediados del pasado junio, no está de más recordarlo. En aquel entonces, a pesar del adelanto electoral que cogió a todos desprevenidos, Pedro Sánchez parecía un líder sentenciado. Al finalizar este 2023 las cosas son bien diferentes. El presidente se ha convertido en el centro de gravedad permanente de la actualidad española, a medias por méritos propios, transformado con ironía los insultos en una astuta identidad canina, a medias por ineptitud de sus adversarios, que con su campaña de acoso y derribo le han regalado la totalidad del escenario. Hay algunos elogios y toneladas de descalificaciones, pero ambos se vehiculan a través de su personaje. Cuando tu nombre es parte del título de la serie, los espectadores saben qué han venido a ver.
Del otro lado no sabemos bien a qué atenernos. Alberto Núñez Feijóo tiene días y días. En unos se comporta como el líder de la oposición, en otros sigue atrapado en esa asonada llamada noviembre nacional. A ratos parece que quiere renovar el CGPJ, a ratos incluso asegura que negociará con Junts para, aprovechándose ya de los efectos de la amnistía, tumbar alguna ley en el Congreso. Lo cierto es que más allá de sus deseos, será el aparato de las tormentas quien le marque el camino. Aunque las fuerzas reaccionarias no consiguieron su objetivo, impedir la investidura, lograron una movilización notable que les permite estar cohesionados y dispuestos para cuando toque el siguiente enfrentamiento.
El Gobierno saca réditos de hacer oposición a la oposición, sobre todo cuando lo que tiene enfrente es el tenebrismo de Gutiérrez-Solana derramado por la calle, como pasó en Ferraz. El Gobierno saca partido de que sea su presidente quien acapare la conversación, bien desde lo racional, bien desde lo emocional, más desde que cuenta con escuderos como Óscar Puente, quien responderá a la confrontación con los Tellado o con una Isabel Díaz Ayuso que atraviesa un momento desdibujado. Pero el Gobierno necesitará algo más que carisma y choque si quiere atravesar con éxito el nuevo ciclo electoral, uno que se jugará en la especificidad de la provincia y la lejanía de Europa.
Y ese algo más se ha puesto en marcha en sus primeras semanas, donde el Ejecutivo parece haberse tomado en serio las palabras que Sánchez pronunció en el debate de investidura: “O la democracia proporciona seguridad o la inseguridad acabará con la democracia”. El anuncio del Plan de Vivienda Asequible, que incrementará el parque público en 184000 pisos, la compra del 10% de Telefónica, la ampliación del permiso de nacimiento hasta las 20 semanas, la consolidación del subsidio por desempleo o la inauguración del superordenador Mare Nostrum 5 marcan lo que serán las líneas de acción de este Ejecutivo: reindustrialización, empleo, derechos y vivienda.
Sin embargo, como ya se comprobó tras la derrota de las pasadas autonómicas, disponer de unos logros notables no es garantía de que eso signifique una movilización de tu electorado. No es suficiente sólo con hacer si no se consigue que la paternidad de lo hecho quede clara. Si para 2024 se espera que el PERTE tecnológico empiece a dar sus primeros frutos, con la instalación de la planta de chips de Broadcom y el centro de investigación y diseño del IMEC, habrá que explicar que esos hitos no son casuales, sino el producto de unas políticas expansivas que fomentan el desarrollo productivo con dinero público.
Hay que hacer, reclamar la autoría de lo hecho y contar que no es igual gestionar desde el recorte y la privatización que desde la inversión y el cuidado por lo público, pero también traer de vuelta la noción de historicidad. El presentismo ha reducido la política a una molesta inutilidad que apenas tiene capacidad para dedicarse a lo contingente. Hay que retomar la idea de que la acción de gobierno parte de un punto determinado pero camina a un horizonte compartido. Darle de nuevo sentido al apelativo “progresista” para que sea algo más que un contenedor de buenas intenciones y conquiste para sí la evolución y el futuro.
Y presentar algo más que datos. El impulso reformista de este Gobierno no puede quedar reducido a una cuenta de resultados, sino que debe narrarse como si se tratara de una canción de Morricone, que conmueve porque promete, desde las primeras notas, que lo que se va a escuchar forma parte de algo mucho más grande que la simple música: historia, ideas, tradición, grupo, un lugar al que dirigirse, una aventura colectiva que merece la pena librar. Este Gobierno tiene la responsabilidad, no pequeña, de conducir al país en un momento de cambios profundos y en un contexto internacional que, como nos tememos en el Mar Rojo, no va a dar un respiro. Pero también de marcar que, contrariamente a lo que expresa Milei en Argentina, hay alternativa al neoliberalismo.
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