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Columna
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La Unión Europea no quiere ver moros en la costa

Combatir a los Le Pen, a los Orbán y a las Meloni dándoles la razón y desarrollando normas comunitarias que hacen realidad sus puntos programáticos se parece mucho más a una rendición que a una victoria

Miembros de la Cruz Roja y Salvamento Marítimo atienden a un grupo de migrantes rescatados de las aguas de Canarias la pasada semana.
Miembros de la Cruz Roja y Salvamento Marítimo atienden a un grupo de migrantes rescatados de las aguas de Canarias la pasada semana.Adriel Perdomo (EFE)
Sergio del Molino

La publicidad de las instituciones europeas suele recurrir a figurantes jóvenes, modositos, con aspecto aseado, estudios superiores y nivel alto de inglés, que reciclan, van en bici y cuentan batallitas del erasmus en vez de la mili. Reflejan el sueño de una Europa que nunca existió y se complace en verse a sí misma como un jardín de paz, armonía y calles peatonales. Si esa propaganda —quizá, y no por casualidad, la europeísta sea la propaganda menos eficaz de toda la historia de la propaganda— abogase por ser fiel a las realidades demográficas y sociales, sus protagonistas serían ancianos asustados por los inmigrantes y nostálgicos de un continente blanco que tampoco existió nunca, pero cuya fantasía alimentan en ensueños cada vez más racistas y agresivos.

Así se explicaría que los gobiernos europeos hayan hecho piña en un acuerdo migratorio que desdice buena parte de la retórica de armonía, paz, solidaridad, apertura democrática y acogimiento propia del discurso europeísta. Para una vez que esa jaula de grillos se pone de acuerdo, es para elevar los muros que la separan del mundo pobre y hacer la vida más humillante a quienes aspiran a ser europeos. Pocas cosas unen tanto como una amenaza común, y los gobiernos de Europa, tanto los de izquierdas como los de derechas, han decidido que su enemigo viene de África. Curiosa forma esta de neutralizar a la extrema derecha, por la vía de la apropiación de sus consignas. Ya sabíamos los europeístas y los demócratas liberales que perdimos la batalla de la seducción ideológica hace mucho, y que nada podemos contra los berridos xenófobos, pero alguna pelea política habría que seguir dando. Combatir a los Le Pen, a los Orbán y a las Meloni dándoles la razón y desarrollando normas comunitarias que hacen realidad sus puntos programáticos se parece mucho más a una rendición que a una victoria. ¿Cómo no va a estar apaciguada la extrema derecha europea, si sus supuestos rivales ideológicos le hacen el trabajo?

Poco importa la paradoja de que el Estado social solo puede sostener sus finanzas con esos inmigrantes que excluye de su paraguas. Poco importa que el colapso de los servicios públicos responda más a las necesidades de una población envejecida y muy longeva que a la avalancha de trabajadores jóvenes y sanos. Los ancianos del geriátrico europeo seguirán atalayando las costas con pavor, y solo se quedarán tranquilos cuando no vean moros en ellas. Como son ellos quienes votan, los gobernantes se esfuerzan mucho en complacer su paranoia, dejándonos una Europa cada vez más miserable y cerrada.

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Sobre la firma

Sergio del Molino
Es autor de los ensayos La España vacía y Contra la España vacía. Ha ganado los premios Ojo Crítico y Tigre Juan por La hora violeta (2013) y el Espasa por Lugares fuera de sitio (2018). Entre sus novelas destacan Un tal González (2022), La piel (2020) o Lo que a nadie le importa (2014). Su último libro es Los alemanes (Premio Alfaguara 2024).

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